Los instantes de su vida posterior como corredor, empezaron en la portería de la parcelación de El Carmen de Viboral en la que trabaja. Un día, en medio de uno de los turnos, intercambió unas palabras con Verónica, hija de una familia que vive ahí. Ese día, ella estaba de visita y salió a correr. Carlos Andrés la saludó y le dijo que a él también le gustaba hacer lo mismo, que llevaba casi 7 años corriendo varios días por semana, sin ninguna guía.
En ese momento, ella pensó en Diego Ortega, su entrenador, y fundador del equipo Runmaker. Carlos Andrés fue claro: en este momento de responsabilidades familiares (es papá de dos jóvenes), no podía asumir gastos nuevos.
Después de conocer la historia, Diego le ofreció convertirse en su entrenador. Disciplina y cumplimiento con los entrenamientos serían su retribución. Y le dio tranquilidad con algunas posibilidades que no tenía: entrenamiento en un gimnasio, fisioterapia, asistencia de un nutricionista y otras condiciones adicionales que tienen otros atletas.
Desde mediados de abril, comenzó a seguir los entrenamientos: “No faltaba a ninguno”, dice. Y los hacía por gusto, y más allá del cansancio que sentía después de los turnos largos de vigilancia y el viaje en moto hasta La Ceja. “Comencé a correr hace más o menos 7 años porque me gustaba esa sensación de olvidarme de lo que pasa en un día, ese estado mental de tranquilidad que se siente después de pasar los primeros kilómetros”.
Gracias a la guía de su entrenador, aprendió a moderar los ritmos, a correr con más velocidad, a no desgastarse en terrenos elevados de Oriente y a moverse en la llamada Zona 2, un tipo de entrenamiento de intensidad moderada (aquí, las personas pueden conversar aún con un compañero, por ejemplo) que aumenta la eficiencia hacia el futuro y aporta más beneficios para el cuerpo.
“Todos me han ayudado”
Después de recorrer las calles de su pueblo y leer sobre los hábitos de atletas que admira, participó en la Media Maratón de Rionegro del pasado 9 de junio. Ahí llegó de segundo en la categoría de veteranos (mayores de 40 años) y se sorprendió con el resultado. “Yo participé por gusto y no esperé que me fuera a ir tan bien. Es que yo ya tengo 41 años, dice”.
Y es que en la vida, muchos no se ajustan a las ideas o prejuicios que van asociados a los números. O hay personas que simplemente son, sin forzar un resultado; él es uno. Solo pudo saber qué tan rápido corría después de que le regalaron un reloj de la marca Coros, para hacer mejor los entrenamientos. “Me di cuenta de que podía correr un kilómetro en menos de cuatro minutos”, dice con naturalidad y sin ánimo de nada más. Por eso, cuando ve algunos gestos de quienes lo escuchan, explica con su voz calmada: “todas las distancias son valiosas”.
A medida que cuenta la historia hace pausas, para agradecer a la gente de la parcelación y a quienes le han ayudado desde un comienzo, especialmente a Gustavo, el papá de Verónica, la primera persona que lo conectó con este mundo de los corredores: “Mi papá murió cuando yo tenía 20 días de haber nacido. Este señor me ha hecho sentir lo que es tener uno”.
Entre carteleras mojadas y jugo de remolacha
El mismo día de esta entrevista, Carlos Andrés recibió una noticia: será uno de los 24,069 atletas del mundo que correrán la maratón más antigua del mundo: la de Boston, Estados Unidos. 12.324 se quedaron por fuera. Y es que para estar aquí es necesario tener más que voluntad: hay que cumplir un tiempo específico de clasificación, en otra carrera. En el caso de Carlos Andrés, haber corrido en Maratón Medellín, el pasado 1° de septiembre, y haber hecho un buen tiempo lo llevó a esta competencia.
Cuenta que ese día, salió de su casa a las 3 de la madrugada y en moto, con Diana, su esposa. “Estaba nervioso, ansioso. Y para acabar de ajustar, comenzó a llover. Diana llevaba una cartelera, para animarme durante el recorrido, pero no pudo sacarla porque el agua la dañó”.
Una vez anunciaron la salida, comenzó a correr y se tranquilizó. “Iba bien hasta el kilómetro 35, con un ritmo promedio entre 4:20 y 4:30. A partir de ese kilómetro no pude acelerar, las piernas no me daban. Crucé la meta con un ritmo aproximado de 5. Yo creo que esto pasó porque corrí un poco más rápido de lo que me dijo el profesor, tenemos pendiente analizar qué pasó y ajustar”. Cree que logró ese tiempo gracias a la disciplina, a los consejos de su entrenador y también a algunas ayudas, como el jugo de remolacha, “al que le atribuyen varios beneficios”, explica con una sonrisa.
Su buena participación en la maratón Medellín fue resaltada ya por atletas de La Ceja como Franklin Téllez y David Gómez. “Incluso me han dado algunos consejos para que pueda seguir y hacerlo bien”.
Por ahora está feliz de haber clasificado a Boston y junto a Diana, piensa qué hacer para poder llegar hasta allá. “Vamos a ver si hacemos alguna rifa, cómo avanzamos para conseguir la visa mía y lo que falta. Por ahora, quiero correr hasta que el cuerpo me deje. Todavía me cuesta creer que clasifiqué a esta maratón. Ahora espero poder llegar hasta el final del proceso y que todo sea más que una ilusión”.
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