Aníbal Vallejo Garzón (Medellín, 1975) manifiesta un interés constante por la relación entre la figuración y la abstracción, no solo en los comentarios que ofrece sobre su trabajo sino ante todo en sus obras que, por supuesto, son lo fundamental.
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En efecto, sus pinturas recientes, expuestas en la galería Art of the World de Houston, presentan siempre figuras humanas, solas o en compañía, que ocupan con decisión el primer plano, tratadas con amplios campos de color y pinceladas notables, e incluso, a veces, dejando de lado cualquier detalle distintivo. Pero las figuras se ubican sobre fondos abstractos que solo forzando las apariencias podríamos relacionar con objetos concretos. Por lo demás, esa confluencia de figuración y abstracción está presente en muchas de sus obras anteriores.
Resulta interesante pensar que, desde una auténtica individualidad creativa, los artistas dialogan, discuten y pelean entre ellos, a través del tiempo, alrededor de los mismos problemas conceptuales, formales o técnicos. De alguna manera, esas individualidades conforman una comunidad de creadores que, en definitiva, es la historia del arte, en la cual cada perspectiva particular ofrece un aporte a la interpretación de la realidad y a la búsqueda de lo que somos todos. En ese sentido, el debate entre figuración y abstracción puede rastrearse desde los comienzos más remotos del arte y que, al menos desde hace siglo y medio, es un problema que atraviesa el panorama artístico contemporáneo. Seguramente es más que un conflicto de gustos de artistas o de espectadores.
Pero, si bien puede afirmarse que la relación de figuración y abstracción es el rasgo que nos llega de manera más inmediata en estas obras de Aníbal Vallejo y que, por tanto, podría considerarse como el más evidente, no por ello es menos significativo.
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Durante las primeras décadas del siglo XX, ese debate se desarrolló con una beligerancia extrema que resonó entre nosotros medio siglo después. Pero esas épocas heroicas dieron paso en todo el mundo al desarrollo de un arte semiabstracto que intentaba ser moderno sin renunciar a la figuración, intentando aprovechar un camino intermedio. Sin embargo, no es ese el camino de Aníbal Vallejo que pone el problema en otro nivel, quizá más cercano a quienes, como Paul Klee, consideraban que la discusión estaba mal planteada, porque el arte se constituye en la poesía de la creación y no en el mero debate de las formas.
Aníbal Vallejo reconoce su interés o, quizá sería mejor decir, su diálogo especial, con las obras de David Hockney y Henri Matisse. También ellos se mueven, a su manera, entre la figuración y la abstracción: Hockney con sus escenarios que se vinculan más con la idea de lo cotidiano que con la realidad; y Matisse con sus planos de color que se alejan de las ilusiones de las apariencias sensibles. Pero, adicionalmente, el título de la exposición en Houston de Aníbal Vallejo, La figura desentrañada: lo visto y lo no visto, trae a la memoria a Paul Klee, a quien se atribuye haber definido el arte como la manera de hacer visible lo invisible.
En los viejos conflictos se planteó muchas veces que el arte figurativo permitía comprender el mundo mientras que el abstracto solo transmitía quimeras e irrealidades producto de la mente del artista. Pero las obras de Aníbal Vallejo plantean una idea diferente. Aquí lo que es concreto, lo que vemos de manera cierta, son las formas abstractas que constituyen el fondo; aunque no representan de manera directa un objeto, se imponen por la contundencia de la forma y del color. Conocemos mucho menos de las figuras: no sabemos qué hacen ni quiénes son, y la identificación del cuadro apenas con un número refuerza la certeza de que nunca lo sabremos; pero también las figuras son menos exactas que el fondo, a veces sobrepuestas y completadas con la fragilidad de un hilo que se convierte en dibujo, como un pensamiento que se nos escapa; todas parecen pensativas; todas viven su propia historia que no vemos ni conocemos.
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Quizá todo esto es como la vida. Conocemos mucho mejor la riqueza de los contextos y los ambientes; pero la comprensión de la profundidad de los otros se nos escapa. Una obra como la de Aníbal Vallejo nos hace pensar que tal vez puede ser siempre más significativo lo que no vemos ni conocemos que lo que creemos dominar con la razón.