Álvaro Marín Vieco (Medellín, 1945) es una figura clave del arte colombiano contemporáneo. Su obra se caracteriza por su insistencia radical en proponer, desde hace más de 50 años, una poética de la abstracción geométrica que, gracias al rigor y la constancia, ha llegado a consolidar su presencia en nuestra historia artística y cultural.
Ese proceso de Álvaro Marín se planteó en abierta contravía con las tendencias de corte figurativo que se imponían en el país, todavía en los años 60 y 70 del siglo pasado, a pesar de la importancia de artistas como Edgar Negret, Eduardo Ramírez Villamizar y Carlos Rojas; más allá de sugerencias de estilo o de forma, ellos fueron definitivos para la comprensión del arte de Álvaro Marín.
Quizá, con frecuencia, hoy pasamos por alto que la abstracción no es un problema superficial de estilo sino una nueva manera de entender el arte y de enfrentar la realidad. Acostumbrados hoy a la existencia masiva del arte abstracto, olvidamos que, cuando en 1910 el pintor ruso Wassily Kandinsky tiene la intuición de crear una obra de arte que no reproduzca las apariencias de las cosas, sino que sea un hecho plástico que se comprende por las relaciones internas de formas, texturas y colores, se pone en entredicho la idea de arte que había predominado por más de 6.000 años, desde el final de la prehistoria. Se dice fácil. Pero cambiaba todo lo que había sido la historia del arte, al menos hasta finales del siglo XIX.Por eso, se entiende que la ruptura que representaron Álvaro Marín y, junto con él, otros jóvenes compañeros de generación, defendida con una beligerancia que hoy, quizá, puede sonar como de héroe romántico, fuera tan trascendental y definitiva y, al mismo tiempo, tan difícil de aceptar para quienes tenían la ilusión de que el arte se limitaba a representar las cosas y que la belleza y los valores estéticos se identificaban con la exactitud de la representación.
Álvaro Marín ha desarrollado la mayor parte de su trabajo a partir del cuadrado. Es una forma que no tiene presencia en el mundo natural, sino que procede de la mente humana. En general, son cuadrados concéntricos de color que se repiten incansablemente, pero que siempre son diferentes. De alguna manera es una definición estratégica, pues asume una forma geométrica perfecta y totalmente abstracta que le posibilita romper de entrada con la reproducción de los objetos, sin descartar que muchas veces sus obras tengan como punto de partida una especie de homenaje a otro artista.
Pero no le interesa quedarse en un universo teórico de ideas, como sí ocurre en muchas de las variables de la abstracción, dirigidas a desarrollos conceptuales. Porque, aunque pueda sonar paradójico, a Álvaro Marín no le interesa pintar cuadrados. Le interesa lo que pasa en ellos a partir de la vibración de los colores, de los espacios que crean sus relaciones, a veces de la distorsión de las formas, y su incidencia en la sensibilidad del espectador, en un proceso que es una especie de creación de una musicalidad visual. Y, como es evidente en el terreno de la música, existen infinitas musicalidades posibles, que solo se abren a quienes estén dispuestos a escucharlas y a convertir ese hecho en una experiencia vital. En definitiva, lo fundamental aquí es la comunicación efectiva y concreta que se establece entre la obra y el espectador, y que hace vibrar su mundo interior. Lo único que Álvaro Marín le pide es que mire mucho porque esa es la única forma de aproximarse al arte.
Lo que aquí encontramos en una creación concreta, que es ella en sí misma y que impacta la sensibilidad del observador. Por supuesto, nada de esto es abstracto; un ejemplo más de que las etiquetas que ha manejado la historia del arte para referirse a los movimientos artísticos, sobre todo en los últimos siglos, son pobres y equívocas.
En la pequeña obra Sin título, de 2021, realizada en lápiz de color sobre papel, expuesta en la Galería de Carlos Orozco, con la curaduría de Camila Téllez, el proceso se hace más complejo y sugerente por el plegado del papel que, de forma efectiva, genera una distorsión y plantea un nuevo tipo de profundidad; según creo, es una idea que puede vincularse con los velos con las separaciones de color, presentados como telones visualmente sobrepuestos, instalados en el espacio, que Marín trabajó en los años 80.
En definitiva, la riqueza y la belleza de la obra de Álvaro Marín son posibles por la persistencia en la idea de la búsqueda sutil de las variaciones.