/ Carlos Arturo Fernández U.
Tengo el enorme privilegio de escribir desde la India, donde me encuentro acompañando un viaje cultural que nos ha puesto en contacto con una de las culturas más fascinantes del mundo.
Pero digo mal; porque la India no es solo una cultura ni una civilización ni una nación. Este enorme subcontinente, con casi 1.300 millones de personas y una historia que es anterior miles de años a la cultura occidental, es, más bien, un universo.
A pocos metros de los lugares donde se creman los cadáveres, los fieles hinduistas celebran cada día la salida del sol, bañándose en las aguas benditas del río, que es para ellos la misma diosa Ganga
Con una superficie de algo más de 3 millones de kilómetros cuadrados, tiene una densidad poblacional 10 veces superior a la de Colombia, lo que equivale a que en nuestro país vivieran 450 millones de personas. Y a lo largo de su extensa historia, incluso en las épocas en las cuales se impusieron gobiernos imperiales, la India nunca fue el país unificado que hoy conocemos. En el momento de su independencia de Inglaterra en 1947, coexistían en ella casi 600 reinos independientes, muchos de ellos minúsculos, con familias reales, palacios, tradiciones ancestrales y hasta idiomas propios (se dice que, más allá de la difusión del inglés y del indi, puede encontrarse una lengua distinta cada 40 kilómetros). Esa pléyade de reinos renunció a sus poderes históricos para lograr la creación del nuevo país que, sin embargo, de inmediato se encontró dividido entre India y Paquistán, por razones sobre todo de carácter religioso.
De todas maneras, aquí siguen conviviendo con bastante armonía todas las religiones imaginables, algunas tan antiguas como el hinduismo que ya era predominante cuando en Egipto, por ejemplo, vivía Tutankamón. Mucho más tarde, en el siglo 6 antes de Cristo, como reacción contra el hinduismo, aparecen en India el budismo y el jainismo, que son filosofías más que religiones, con sus ideas de autoconocimiento, respeto por la naturaleza y no violencia. La religión de los parsis, que se remonta a Zoroastro, cuenta con pocos fieles, pero la mayor parte de ellos se ubican en India. Y luego el cristianismo con una riquísima historia, desde el apóstol Santo Tomás que predicó en el sur, en el actual estado de Kerala, pasando por San Francisco Javier en el siglo 16, hasta la Madre Teresa de Calcuta, una figura que, sin lugar a dudas, supera todos los límites ideológicos y religiosos. Tampoco faltan las comunidades judías aunque, como en buena parte del mundo, se redujeron notablemente a mediados del siglo 20 al crearse el estado de Israel. El Islam, por su parte, dominó políticamente entre los siglos 11 y 18 y sigue siendo una de las religiones fundamentales del país. El sijismo apareció en India en el siglo 16. También los bahai están presentes, con la mayor comunidad de esa religión en el mundo. Y así, podría seguir con muchas derivaciones y grupos religiosos.
Las manifestaciones artísticas son igualmente múltiples y ricas, desde la absoluta sobriedad de ciertos restos budistas y la sencillez geométrica de alguna decoración mogola, hasta el esplendor desaforado de palacios y ciudades que durante milenios han fascinado a Occidente y creado la imagen de un mundo de sinigual riqueza.
Ante tal variedad de conceptos, lo mismo que de manifestaciones culturales y artísticas, bien podría corregirse la afirmación de que India es un “uni-verso” y decir, mejor, que es un “multi-verso”.
Y, quizá por ello mismo, uno tiene la sensación de que se encuentra ante una realidad que todavía es necesario descubrir, pero que, de alguna manera, es una de las mejores imágenes del mundo contemporáneo en el que vivimos y, por lo tanto, mucho más cercano a nuestro propio presente de lo que podemos suponer.
Lo mismo que la situación contemporánea, la India es múltiple, abierta a todas las posibilidades de creación y de interpretación, alejada de una visión definitiva del progreso, manifestación clara de la relatividad de los conceptos y las afirmaciones, necesitada de diálogo intercultural, convencida del cuidado del medio ambiente, pero muy pobre en acciones para lograr ese propósito.
Y también como el mundo actual, la India es profundamente inequitativa y desigual, pero con una vitalidad en todos los terrenos de la vida humana que nos hace prever un mejoramiento sostenible y cierto.
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