Tiro la primera piedra. Cuando me levanto lo primero que hago es mirar Instagram. Varias veces al día ingreso a X (antes Twitter) y, según los reportes que me entrega el celular, paso en promedio dos horas y 50 minutos diarios frente a plataformas sociales. A menudo creo ficciones para justificarlo: “Es parte de mi trabajo”. “¿Cómo una comunicadora no va a mirar redes?”. “No puedo desconectarme del mundo”. Lo cierto es que soy adicta.
Lea más columnas de Perla Toro >>
Reconocerlo es el primer paso para la pregunta realmente importante: ¿qué hacer? La receta personal está servida: desconectarse, buscar espacios donde no haya conexión a internet, encontrar una plataforma de idiomas e invertir ese tiempo en aprendizaje, hacer cerámica y cocinar para tener las manos ocupadas. Sin embargo, ¿resulta suficiente?
La respuesta, lejana al ego y pensando en el colectivo, es: ¡No! Eso que yo siento, que tal vez sienten ustedes o ven a otras personas sentirlo, es una adicción, con especial preocupación, según lo afirma el psicólogo social Jonathan Haidt, en los más jóvenes. Las redes sociales, las mismas que derribaron gobiernos opresores, lucharon en contra del hambre y, de muchas maneras, lograron salvar vidas, hoy son una de las responsables de nuestra inestable salud mental. De hecho, Haidt, en su libro más reciente llama a los Z (centennials) “La generación ansiosa” y mucho tiene que ver con estas plataformas.
Por si fuera poco, también están acabando con el debate público, nuestras relaciones familiares, personales y hasta profesionales. A pesar de que, en un principio, se creía que lo enriquecía, actualmente nos enfrentamos a problemas como la cancelación. “Si no piensas como yo, te cancelo”, un fenómeno propio de estas plataformas que está debilitando – aún más – la democracia. El centro de estudios De Justicia publicó hace poco el libro “El silencio impuesto”, el cual pueden descargar libre para seguir ganando claridad sobre este tema.
Una sociedad libre necesita estar sana para luego debatir libremente, dejar que las ideas naden (“vivir es nada”, le escuché a una amiga), se abran camino y que, finalmente, triunfen los mejores argumentos. Una sociedad libre, también necesita que perdamos y que no vivamos en actitud de constante competencia, pues, son situaciones como estas, enmarcadas en las tiranías de los likes y de los compartidos, las que pueden llevarnos a crisis de depresión y de ansiedad.
¿Qué hacer? Haidt habla de pactos colectivos, de rodearse, por ejemplo, de familias donde el celular no exista para los más pequeños. De llegar a acuerdos alrededor de valores comunes. Un buen camino sería reconocer que tenemos un problema enorme como sociedad y que así debemos enfrentarlo, que esa valentía que exponemos en estas plataformas no está necesariamente salvando al mundo y que, por el contrario, tienen agonizando el que conocemos; uno que, si bien no es perfecto, algo nos ha enseñado.