Por: Carlos Arturo Fernández
La obra actual de Héctor Ángel Castaño Arango (Frontino, Antioquia, 1968. @castanoscurotaller) se plantea a partir de la reivindicación de asuntos y formas vinculados con las prácticas y las cotidianidades populares colombianas: en palabras del artista, se trata de verdaderos “colombianismos”. Pero, adicionalmente, son obras que ofrecen la posibilidad de reflexionar acerca del interés por lo local en el contexto del arte contemporáneo.
Desde la segunda década del siglo XX, por toda América Latina se extiende entre los artistas la convicción de que es necesario reivindicar la propia identidad cultural y dejar atrás los modelos que imponía la tradición académica europea. Fue un proceso que, especialmente a partir de los años veinte, produjo el despertar de la conciencia artística latinoamericana, centrada en la búsqueda de una identidad que parecía huidiza y problemática. Incluso llegó a plantearse que la esencia de nuestro arte era justamente esa pregunta y construcción de la propia cultura.
Sin embargo, años después, ese arte fue estigmatizado con el calificativo de folclórico y nacionalista cuando, según muchos, era necesario buscar un estilo internacional que pudiera codearse con el que se hacía en otros lugares del mundo y que respondiera a principios estéticos universales.
Quizá fue necesario un cambio en el orden mundial en la segunda mitad del siglo pasado para que se comprendiera que, detrás de esa idea internacional, se escondían los mismos intereses hegemónicos que antes nos imponían la visión eurocéntrica y el arte académico como modelo universal.
A partir de entonces, muchos ámbitos culturales reivindican la necesidad de moverse, al mismo tiempo, en lo global y en lo local, para caracterizar lo cual se plantea el acrónimo de lo “glocal” (unión de global y local), como dos longitudes de onda diferentes y no armónicas, pero indispensables e inseparables. Ser local es ya la única manera posible de ser universal, como entendimos todos cuando Cien años de soledad llegó a cambiarnos la visión del mundo y también la vida toda; porque a partir de entonces comprendimos que no se trata de dar cuenta del universo entero sino de conocer y manifestar el “patio de la casa”, nuestra propia realidad.
Pero no hay aquí solo una diferencia de territorio pues ya, a lo largo de la historia, muchos movimientos artísticos habían mirado realidades cercanas. Creo que la obra de Héctor Castaño revela un cambio esencial que se refiere a la idea de arte, cambio que se ha producido en el contexto contemporáneo y que es una manifestación propia del arte de nuestro tiempo.
La obra de un artista actual, como Héctor Castaño, revela que el objetivo del arte no es la creación de una obra que se refiera a la realidad y que la recrea de manera artística, sino que es, más bien, el análisis y comprensión de la realidad que se manifiesta a través de la creación de una obra. Puede parecer una diferencia sutil, pero el cambio es radical. Héctor Castaño se reconoce y afirma fundamentalmente como pintor, con un trabajo que tiene tanto de manual como de conceptual. Pero es evidente que no trata solo de crear una imagen sugerente o hermosa; lo que busca es aproximarse a la comprensión de los colombianismos que descubre en el ámbito del patrimonio cultural del país, en el nivel de la vida
más sencilla y elemental, pero cargada de sentidos que se revelan a través de tradiciones, leyendas, canciones, simbolismos, dichos populares o imágenes recurrentes.
Podría decirse que lo importante aquí no es que veamos escenas o figuras que nos ilustren acerca de las cosas que ocurren, sino que nos enfrentemos a imágenes que nos permiten entran en sintonía con un contexto cultural, una conexión no se produce de forma intelectual sino orgánica.
En efecto, Colombia orgánica es la idea de Héctor Castaño que da sentido a estos trabajos. Y esa idea orgánica y no racional es la que pretende que estos pequeños rincones de nuestra cultura local dialoguen a nivel global. Quizá funciona de la misma manera como las mariposas amarillas, el descubrimiento del hielo o la peste del olvido de los Buendía pueden vivir y tener sentido en cualquier parte del mundo y en cualquier cultura, más allá de un pueblo desconocido en las cercanías de la Sierra.