Para recordar a pesimistas, optimistas e indiferentes hacia donde vamos con ese problema, por iniciativa de la organización de las Naciones Unidas, se estableció el Día Mundial de la Población.
Kofi Annan, Secretario General de la ONU, en un discurso con motivo de la celebración, en 1999, nos recuerda que todo no son cifras: “La población no solo es cuestión de números. Es una cuestión de seres humanos, una cuestión de individuos, una cuestión de cada uno de nosotros. Se trata de que cada mujer y cada hombre sean capaces de tomar decisiones libres, informadas y en igualdad, incluyendo el tamaño de su familia y el espaciamiento entre sus hijos. Se trata de que cada hombre y cada mujer sean capaces de mantener a los hijos que eligieron tener, de asegurar su bienestar y de darles una vida digna. Se trata de libertad individual, de derechos humanos y de desarrollo sostenible para todos”.
Por ese motivo, la posibilidad de esa vida digna no solo pasa por el control del crecimiento sino también por un reparto más justo de las riquezas mundiales, por la cooperación y la solidaridad, por el respeto al medio ambiente y a nuestros semejantes. Si no ocurre así, quizás el Día Mundial de la Población se convierta en una fecha vacía. Como la que refleja el escritor uruguayo Mario Benedetti en este alarmante poema:
El niño cinco mil millones
En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etcétera. Muchos países, en ese día, eligieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta filmarlo y grabar su primer llanto. Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, estos tocaron la tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o vacas. También con el esqueleto del niño número 4’999.999.999. El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exhaustada. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en sí mismo ganas de pensar o de creer. Una semana después, el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar súper poblado.