Cada año sus ventas producen más de 17 mil millones de dólares repartidos entre fauna y maderas de los bosques tropicales. Es el valor de unos 40 mil primates, 1 millón de orquídeas, 3 millones de aves, 10 millones de reptiles, 15 millones de mamíferos, 350 millones de peces y miles de toneladas de maderas exóticas. Si a esto se suma la tala de bosques y selvas, que en Colombia significa la pérdida de una hectárea cada seis minutos, junto con la vida vegetal y animal que allí existió, el panorama a nivel mundial y nacional, no puede ser más preocupante. Estamos orgullosos de ocupar uno de los primeros puestos entre los países con mayor biodiversidad, pero poco se dice que también estamos en puesto de honor como traficantes de flora y fauna. Algunos hablan de un problema cultural, de una tradición o de una necesidad de compañía; otros piensan que el único responsable es el traficante, pero detrás de él hay una larga y organizada cadena compuesta por cazadores, recolectores, acopiadores, transportadores, comerciantes minoristas o mayoristas, empresarios, funcionarios corruptos, exportadores, importadores y el público consumidor. Destacando que el negocio se sostiene mientras haya compradores. ¿Por qué nos consideramos con derecho a negarle a un ser vivo la oportunidad de mantener sus condiciones de vida natural? Estamos seguros de que cuando satisfacemos el capricho de un niño al comprarle una tortuga, un ave o cualquier otra especie silvestre, no le contamos cómo los cazan sacándolos de su hábitat, los transportan escondidos en cajas, valijas, termos o tubos; son drogados, atados, embalados sin ventilación y a oscuras, de tal manera que un alto porcentaje de ellos muere por asfixia, pérdida de sangre o ahogados en su propio vómito y orina. ¿Qué diremos entonces de un adulto que lo hace? ¿Sabrá de la amenaza de la disminución de las especies y de su extinción, el sufrimiento de los animales fuera de su ambiente, la posibilidad de convertirse en transmisores de enfermedades a las personas…? Valdrá la pena pensar ahora que llega el período de vacaciones, se multiplican los viajes por carretera y los vendedores de animales silvestres, si en realidad es justo hacernos cómplices de un comercio que afecta el medio ambiente y sus seres vivos. * Director Editorial Agenda del Mar |