Siempre que veo muchos libros me invade el desasosiego. No puedo evitar preguntarme qué sentido tiene seguir escribiendo, sumar ruido al bullicio. Lo curioso es que, a pesar de la oferta abrumadora, uno insiste en querer comunicarse, y parece que son más cada día los que quieren hacer lo mismo.
Hace cincuenta años, en Fin del mundo del fin, Cortázar había pronosticado la llegada de un tiempo en el que todos escribirían. Su terrible vaticinio parece estar cumpliéndose. Todo indica que hemos pasado un punto de equilibrio y ahora son más los que escriben que los que leen.
No tiene nada de malo que muchos escriban. El autor de nuestro tiempo hará bien en aspirar a dirigirse a un número modesto de lectores. El problema es que en torno a la avalancha de libros prosperan fenómenos dañinos para la literatura. Puedo mencionar dos: la desaparición de la lectura suplantada por el “litchat”, y la proliferación de impostores que posan de escritores.
El “litchat” es un término inglés que designa la afición a hablar sobre libros. El problema es que el gusto por la conversa trae a veces que la gente no se tome la molestia de leer los libros de los que habla. Lo importante es parecer inteligentes, simular. No hay criterio, solo cuenta aquello que está de moda. Las grandes mayorías se dedican a hacer eco de la publicidad.
Pero un mal mucho mayor es la proliferación de pretendidos escritores que no entienden ni respetan el oficio literario. Cuentachistes, culebreros, escribientes que no leen y confían en que la ignorancia de su público dejará ocultos sus disparates. Son ellos los que oscurecen el panorama. Son ellos quienes hacen más difícil el encuentro del lector con esos libros que su vida necesita. Un libro mal escrito es un libro inmoral.
Se ha dicho que, al morir, un buen lector habrá leído cerca de dos mil libros. La verdad es que muy pocos leerán más de cincuenta. Si pensamos que hasta ahora en el mundo se han publicado 130 millones de títulos, la elección de cada libro que aceptamos acoger en nuestras vidas es difícil y dramática. Un libro mal elegido es un peligro para el alma.
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