Las Vanguardias del siglo 20 le dieron una importancia absoluta a la idea de originalidad. La ruptura radical con el arte del pasado significó, al mismo tiempo, que se dejaran de lado los valores a partir de los cuales se juzgaban las obras, tales como la belleza, la representación exacta de la realidad o el dominio de las técnicas académicas del trabajo artístico.
En ese estado de cosas se impuso la idea de que la obra de arte se distinguía por la creatividad, y la mejor demostración se daba cuando el trabajo era original o, mejor, distinto a todo lo que se hubiera visto antes.
Aunque de allí surgieron muchos procesos fundamentales para el arte, también se derivaron situaciones problemáticas que, de alguna manera, lo empobrecieron. En concreto, durante mucho tiempo se pensó que era inaceptable que una obra se pareciera a otra anterior o la utilizara para su desarrollo.
Solo cuando estas ideas se pusieron en tela de juicio y se dejaron atrás, pudimos empezar a hablar de posvanguardias y de arte contemporáneo. En otras palabras, el arte actual encuentra uno de los caminos de la creación artística en el debate y actualización del arte pasado.Libres de toda mala raza es el nombre de una serie de trabajos del artista Tomás Ochoa (Cuenca, Ecuador, 1965), creada en 2013, a partir de una reflexión que se mueve, al mismo tiempo, en dimensiones históricas, sociales y artísticas que no habrían sido posibles a partir de la exaltación exclusiva de la originalidad. En efecto, nos encontramos frente a una clase distinta de artista que interpreta su actividad como una forma de investigación cultural, lo que, como a cualquier investigador, le exige la humildad de darse a la tarea de estudiar la realidad antes de poder formular sus puntos de vista. Y, lo mismo que en toda investigación, las líneas de trabajo se van desplegando simultáneamente e iluminándose unas a otras.
Por una parte, el artista se interesa por los viejos textos que, hasta no hace muchos años, reivindicaban una historia de Antioquia basada en la afirmación de una raza “pura” que se reservaba todos los espacios de poder y de desarrollo social. Esas clases, “libres de toda mala raza”, son las que, por supuesto, escribieron la historia oficial que afirmó su predominio y que impusieron su propio poder como la imagen más perfecta de la sociedad. Frente a ello, al artista interesado por lo que lo rodea se le impone el hecho de una sociedad actual, multicultural y pluriétnica, que afirma cada vez de manera más contundente que su riqueza radica en la diversidad.
Y, como una mediación, le aparece la obra de Benjamín de la Calle que en Antioquia y en Colombia es una figura clave de la fotografía, del arte y de la afirmación de la sociedad como diversidad. Este descubrimiento le posibilita a Tomás Ochoa enfrentar la realidad presente, sobreponiendo las imágenes actuales de habitantes de la ciudad con las que nos han llegado a través de las fotografías de De la Calle y agregando, además, la frase que, en este contexto, viene a afirmar que no existen “malas razas” sino sociedades ricamente diversas. La imagen fotográfica así lograda es sometida a un proceso adicional: los granos fotográficos son reemplazados por gránulos de pólvora que al quemarse exacerban la potencia significativa de una imagen que es, al mismo tiempo, antigua y actual. De esta manera, la obra de Tomás Ochoa vive de sus múltiples vertientes, pero no se limita a una formulación teórica de carácter sociológico o histórico acerca de nuestros imaginarios culturales, sino que crea una imagen potente que invoca una reflexión ética y política y una intensa participación estética.