El amigo fiel de Gustavo Petro durante los debates previos a las elecciones -además de los Ferragamo y de Armandito, el meteorito que le tiene la coronilla desentejada y el anillo del poder ardiendo-, no era el que sabemos; era un estilógrafo que le servía para pintar pajaritos en el aire frente a las cámaras. A lo mejor un Montblanc que armonizara con los zapatos, lo mismo da. La verdadera estrella, el apéndice presidencial, el ícono del cuatrienio, el Maluma papitos, estaba por hacer su entrada triunfal.
Y la hizo.
Cuando el Mirado # 2 se instaló en el escenario, ya el público era suyo. Y el primer mandatario de los colombianos…, ni se diga. Érase un hombre a un grafito pegado, érase un grafito superlativo, bien pudo haber escrito Francisco de Quevedo por allá en 1647. (Si quieren reírse con ganas, léanse “A una nariz”, el poema burlesco que dedicó el autor a Luis de Góngora). Pues sí, el Señor Presidente le vendió el alma al lápiz. Y se puso a martillar, toc-toc-toc, al mejor estilo del pájaro carpintero.
Es muy escasa la intervención pública en la que no salga blandiendo el conocido útil escolar. Con él golpea el atril, espanta moscas, acentúa el tonito, predice el futuro, idea trinos, lanza amenazas y anuncios, busca culpables, se ordena la cresta, esconde la inseguridat…
A punta de lápiz nombra ministros, casi todos desconocedores del tema que los ocupará e, igual, los desnombra. Caen en desgracia -unos pocos- por atreverse a cuestionar sus exabruptos, otros -muchos- porque cada que hacen o declaran algo, meten la pata. En un año ha cambiado el 60 por ciento del gabinete, la locomotora del Ejecutivo patina en arena movediza.
A punta de lápiz elige, a diestra y siniestra, gestores de paz. Y manda a que el Comisionado se chante sus tornasoladas gafas de madera y converse con un selecto grupo de compatriotas que, a manera de requisito, hayan infringido la ley en materia grave. Al tiempo que él, el Pájaro Carpintero, se niega a cruzar palabra con funcionarios que no sean de su resorte o con los empresarios que considera torpedos del cambio.
A punta de lápiz creó el ministerio de la Igualdat para ponerles oficio a la vice y a su helicóppptero, sin importar el presupuesto que se traga la nueva cartera, la burocracia que representa y los escasos resultados que hasta ahora ha mostrado.
A punta de lápiz dice y subraya cosas que producen angustia ajena. Que va a renegociar el TLC con Estados Unidos, por ejemplo. O que le va a quitar el Fondo Nacional del Café a la Federación. O que el petróleo es tan dañino como la droga.
A punta de lápiz, arrincona a la fuerza pública, se desaparece jornadas enteras y aparece cargado de tigre -qué geniecito, debería mermarle al ají picante-, ataca a los medios de comunicación, reniega de la crianza de su errático primogénito, se bate hasta con la sombra, se adormece con el arrullo de su propia voz, arrurú mí sol.
Y así, montones de cosas más que no caben aquí.
ETCÉTERA: Ah, y a punta de lápiz, -no importa cuán gastado esté su borrador, cuán mordida su amarilla contextura, cuán roma su punta-, pasamos las noches en blanco muchos colombianos, mientras él, el piciforme de Palacio, las pasa enganchado a Netflix. (Si sigues martillando nos vamos a caer, toc-toc-toc).