Por Carlos Arturo Fernández
Sin embargo, al mismo tiempo que tenemos la sensación de estar ante un horizonte conocido que el artista nos permite gozar en un instante particularmente espléndido, quizá intuimos que nunca podríamos repetir una vista tan amplia, tan precisa, tan variada; incluso tenemos la certeza de que, a pesar de conocerlo todo y de que todo sea auténtico, nunca tendremos la fortuna de verlo así.
En realidad, la obra de Camilo Echavarría no nos remite a un momento milagroso en el cual la naturaleza se presenta con todo su esplendor; por el contrario, lo que aquí tenemos es el resultado de una experiencia larga y repetida, en la cual la mirada ha ido descubriendo múltiples detalles y pequeños lugares que pasarían inadvertidos al simple golpe de vista, y se ha detenido sucesivamente en ellos. Pero también vale la pena tener en cuenta que es así como conoce el ser humano: regresando sobre lo que ya hemos visto para poder comprenderlo mejor; y de esa manera elaboramos nuestras imágenes del mundo.
Esta gran fotografía digital, de 150 por 190 centímetros, realizada por Camilo Echavarría en 2014 dentro de un largo proyecto titulado “Paisajes Ilustrados” que viene desarrollando desde 2010, no es pues el efecto de una foto instantánea sino de un complejo proceso técnico que, sin embargo, es imposible descubrir para quienes somos observadores corrientes: todo aquí nos parece natural y directo cuando, en efecto, es una construcción artificial y muy elaborada.
En cierto sentido, Camilo Echavarría no trabaja como estamos acostumbrados a pensar que lo hace un fotógrafo, es decir, buscando un motivo y haciendo uso de las posibilidades de su cámara para hacer una buena foto, sino, más bien, como si fuera un pintor: escoge los distintos elementos, los detalles y circunstancias dentro de una amplia gama que le ofrece el panorama que ha elegido, y los integra y estructura en una composición que, en el fondo, no existe en la realidad física sino que da cuenta de una experiencia vital.
Podríamos decir que, en última instancia, a Camilo Echavarría como artista fotógrafo no le interesa tanto el bellísimo paisaje que nos emociona sino, más bien, analizar la forma como los seres humanos construimos imágenes y, por tanto, como conocemos la realidad.
Es un proceso incesante de descubrimiento. Por eso, esta fotografía nos invita a detenernos frente a ella y frente al mundo que nos rodea para darnos cuenta de que todo está lleno de sorpresas que nos habían pasado inadvertidas: personajes, frutos, accidentes geográficos, colores. Y este espacio de las sorpresas es, adicionalmente, un terreno en el cual Camilo Echavarría hace constantes referencias a obras de la historia del Arte.
En fin, tenemos razón cuando creemos que este es el paisaje más bello del mundo.