/ Esteban Carlos Mejía
Desde hace varios años repito dos pesadillas. En la más pavorosa, soy otra vez estudiante de Ciencias Económicas en la Universidad de Antioquia y estoy presentando el examen final de Estadística IV, para el que no he estudiado ni un carajo por andar de mitin en mitin. Las manos me sudan, no recuerdo ninguna ecuación y un reloj sin tic tac marca mi condena: voy a perder la materia y tendré que repetirla, Estadística IV otra vez, ¡oh, dioses!
La otra pesadilla, no por menos horrorosa es menos traumática. Sueño que trabajo como redactor en una revista literaria de izquierda, muy en la línea del Teatro Libre de Bogotá. El director, con pose de comisario post-bolchevique, nos recrimina porque no leemos las ficciones que él quiere que leamos. “¡En esta revista -vocifera, atrabiliario- la lectura es obligatoria!”. Él grita y yo tiemblo: ¿leer por obligación? Terror de terrores.
Cada vez que alguien se levanta, con prosopopeya, y exclama que la novela tal de fulanito de tal es de obligada lectura, a mí me da un yeyo. ¿Cómo? ¿Leer a la berraca? ¿Placeres a la brava? Me niego. Para mí leer es un goce pagano, la reivindicación íntima y solitaria del placer más íntimo y solitario: dejar de ser. Leer es dejar de ser lo que soy para convertirme por unos momentos en lo que siempre he querido ser: mago en Hogwarths, capitán de buque en tiempos de cólera, espadachín en España, dandy en el Faubourg Saint-Germain, tísico en una montaña mágica, Lolita en mis brazos, músico para camaleones, Oliveira en el catre de La Maga, Ulises en Dublín. Por eso, ¿libro de obligada lectura? ¡Nanay cucas!
* Día tras día. El 25 de junio de 1903 nació en Motihari, una colonia británica de la India, un bebecito al que sus padres bautizaron con el muy sofisticado nombre de Eric Arthur, Eric Arthur Blair, y al que los lectores conocerían años después como George Orwell.
Orwell malvivió entre penalidades, enfermedades y pobreza. Se ganaba el sustento con reportajes, ensayos y novelas acerca de la injusticia social del capitalismo y la degradación totalitaria del socialismo. Creó dos distopías, ya clásicas, Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), esclarecedoras de la naturaleza de las comunidades humanas. Rebelión en la granja es una burla feroz al estalinismo y sus tergiversaciones ideológicas, sus crímenes sin castigo y su voluntarioso empeño de acabar con la lucha de clases mediante el expediente de matarlas a todas. Y en 1984 campea el cinismo de Big Brother (o Gran Hermano): “Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza”. La justicia poética cojea, pero (también) llega: hoy en día Orwell es uno de los autores más leídos o, al menos, más buscados por los lectores jóvenes del mundo entero.
* * Body copy. “Miss Bankhead encendió un cigarrillo con la punta de otro, e hizo saber:
-¡Dios mío, qué bien lo pasábamos juntos! Solía llevarme a los partidos y a las carreras. Pero, en la cama, nunca salía bien. ¡La misma historia de siempre! En una ocasión fui a un psicoanalista y malgasté cincuenta dólares la hora en intentar descubrir por qué nunca funciono con hombres que amo de verdad, y que me vuelven loca de verdad. En cambio, con cualquier tramoyista que me importa un rábano, me quedo exhausta.”
Truman Capote. Plegarias atendidas, 1987.
* * * Vademécum. ¿Prosopopeya? “Afectación de gravedad y pompa”. ¿Atrabiliario? “De genio destemplado y violento”. ¿Distopía? “Una distopía o antiutopía es una sociedad ficticia, indeseable en sí misma”.
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