Una verdad dolorosa: nuestros gobernantes no están preparados para considerar los efectos secundarios y de largo plazo de las políticas que buscan aplicar.
Cada vez es más claro que unos niños (cara de adultos sí, pero mentalidad infantil) nos están gobernando, tanto a nivel nacional como local. Niños simplistas, que solo entienden el mundo en blanco y negro. Todo lo que está de su lado es bueno, todo lo que se opone es malo.
Como niños, no miden el alcance final de sus (casi siempre) impulsivas decisiones. Solo ven sus efectos primarios, de corto plazo, y creen que ahí terminan las cosas. No están preparados, todo así lo indica, para considerar los efectos secundarios y de largo plazo de las políticas que buscan aplicar.
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Petro, con ese aire de que lo sabe todo y que él sí será capaz de hacer el cambio que tanto reclama Colombia, se prepara para intervenir en las tarifas de energía. Para bajarlas, por supuesto. Él cree firmemente que favorecerá a las clases más necesitadas. Sí, claro, por orden presidencial pronto estarán pagando menos que hoy.
Ese sería el efecto primario, de corto plazo.
Pero no entiende, por más que se lo expliquen, que si una empresa de energía -o cualquier otra- empieza a operar a pérdida, dejará de invertir en crecer y fortalecer sus redes y su cobertura. Y posiblemente venda o cierre sus operaciones.
Más adelante, para recuperar el servicio, las tarifas tendrán que volver a subir. Como resultado, el pobre pagará mucho más que hoy.
No entiende -ni entenderá, ya qué duda cabe- que su tan promocionada estrategia de migración hacia energías renovables para reemplazar los combustibles fósiles dependerá, en Colombia o en cualquier parte del mundo, de gigantescas inversiones de empresas multinacionales. A lo largo de muchos años.
Porque el Estado jamás, pero jamás, jamás, podría hacerlo solo.
Estas empresas, precisamente, son las tienen mayor aversión por la incertidumbre jurídica, y más concretamente, por la posibilidad de que algún tonto con iniciativa y poder les cambie las reglas de juego.
Habiendo tantos países serios y estables para escoger, ¿para qué quedarse en Colombia?
Esas son las consecuencias de segundo y tercer grado que, finalmente, harán que nos demoremos muchísimo más tiempo en migrar hacia fuentes de energía más limpias. Y que impedirán, por supuesto, que los usuarios colombianos paguemos tarifas más bajas en el mediano y largo plazo.
Justo al revés: los pobres de Colombia pagarán más, gracias a las ganas del Niño Petro de que paguen menos.
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No sobra recordar que las tarifas de energías limpias, para cuando las tengamos, serían muy superiores a las de combustibles fósiles. En Colombia y en todo el mundo.
Daniel Quintero, por su parte, pensó que EPM era su juguete y que le serviría para darle duro a sus enemigos. Ahora se choca con la inevitable realidad de que casi nadie quiere continuar construyendo Hidroituango. Las empresas simplemente ya no quieren participar en las licitaciones; quizá perdieron la confianza en la Alcaldía de Medellín.
Contundente. ¡Que algún día regresen los adultos!