/ Carlos Arturo Fernández U.
Una obra de arte, sea una pintura, una escultura, una sinfonía, un performance o una película, por ejemplo, no es nunca un hecho aislado ni puede ser comprendido si se enfrenta de esa manera. En realidad, está siempre vinculado con una enorme cantidad de asuntos de las más diversas clases, no solo artísticos o estéticos; y son esas relaciones las que le permiten existir en el contexto social, ubicarse en un proceso histórico y de pensamiento humano y, en último término, tener sentido.
Museo de Arte Moderno de Medellín. Render
Por eso, cualquier consideración de los problemas del arte se desliza, más pronto que tarde, hacia terrenos de la sociología, la antropología, la filosofía, las ciencias exactas y naturales, la economía, la gestión cultural, la pedagogía, la política, la teología, el empresarismo, la comunicación, etcétera. En otras palabras, el arte no es jamás un espacio cerrado sino, mejor, un mundo en el cual confluyen muchas realidades. No sin razón se ha dicho que este no es un “uni-verso” sino un “multi-verso”.
No quiere decirse con ello que sea imposible, por ejemplo, aproximarse a una pintura en cuanto pintura, para considerar en ella sus valores formales, la composición, el tipo de pincelada o el uso de los colores. Pero sabemos que esa es siempre una aproximación parcial que, además, solo puede funcionar a partir de una serie de supuestos que en ese momento no tomamos en consideración pero que no por ello son menos reales, el primero de los cuales es, justamente, que se trata de una obra de arte y que aquellos elementos de forma y color aparecen en ella como resultado de la acción de un ser humano en un tiempo y un lugar determinados.
Espacio Fundación Telefónica Madrid
Antiguamente el arte se pensó como directa manifestación de la religión o del ejercicio del poder. Mucho después, entre los siglos 19 y 20, la idea marxista, según la cual los problemas de las artes, de la filosofía e incluso de las ciencias estaban determinados desde lo económico, tuvo una influencia desmesurada en la consideración de estos asuntos. A partir de ideas como esas, o de la crítica y rechazo de las mismas, se desarrollaron macrosistemas históricos, filosóficos y sociológicos para el análisis del arte y la cultura. En todo caso se imponía una idea más o menos mecánica de la historia y, en nuestro caso de interés, de las artes como una sucesión de causas y efectos que iban en una dirección definida.
Marta Traba |
Por el contrario, la idea contemporánea del “sistema del arte” se despliega siguiendo la figura de un rizoma, que tiene su origen en la botánica. Las plantas rizomáticas se desarrollan a través de tallos subterráneos que van originando raíces y nuevos tallos o ramas y de esta manera crecen indefinidamente sin que pueda precisarse si el tallo sale de la raíz o es al revés, y sin que haya una estructura central que defina todo lo demás. Un ejemplo conocido es la planta del bambú que, como se sabe, logra por este medio cubrir grandes extensiones de terreno. La imagen es, pues, la de una auténtica multiplicidad.
En el sistema del arte puede encontrarse que cada situación es el resultado de la interacción de múltiples realidades y que ninguna de ellas puede existir independientemente de las demás, y ni siquiera la creación de las obras puede ser vista como un hecho autónomo. Pero quizá el asunto fundamental es que, al movernos en un contexto rizomático, no nos detenemos en asuntos macro que, en realidad, damos casi por descontados. Nadie duda, por ejemplo, de que el arte, la cultura y la sociedad estén íntimamente relacionados. Sin embargo, entendemos que dentro del propio sistema del arte existen una enorme cantidad de relaciones más específicas que, en última instancia, definen la fuerza o la debilidad de toda la estructura artística: artistas y obras, museos, galerías de arte, curadores, investigación, revistas, subastas, ferias, crítica de arte, coleccionismo, teóricos e historiadores del arte, comunicación cultural, sistemas de educación para la creación artística y sistemas de educación para el disfrute y comprensión del arte, seminarios, asociaciones, turismo cultural, publicación de libros, bibliotecas especializadas, redes, y quizá muchas más. Y dentro de cada uno de esos espacios existe una dinámica particular que contribuye a la consolidación de todo el sistema.
Arte en las calles de San Petersburgo
Pero no se trata solamente de segmentar lo que antes aparecía como una realidad continua y completa, aquella que identificábamos en la relación arte – cultura – sociedad, sino de poder percibir los puntos más sensibles de esa misma realidad. Así, por ejemplo, aunque nadie podría dudar de la fuerza y poder significativo del arte colombiano contemporáneo, de su capacidad de penetración en los problemas más vivos de nuestra historia, es claro que muchos enlaces del sistema no tienen una fuerza equivalente. Grandes artistas y obras poderosas sobre los que se escribe muy poco; una crítica de arte muy débil y esporádica; un circuito de galerías de arte muy escaso, incluso si se le compara con lo que existe en nuestros países vecinos de América Latina; escasa producción bibliográfica y, quizá, mucha más escasa lectura de esa producción; y así sucesivamente.
No se trata, en ningún caso, de desconocer todos los esfuerzos que se hacen en este campo sino solo señalar que nos hacen falta todavía muchas cosas. Y que, si se piensa detenidamente, gran parte de nuestras falencias tienen que ver con la pertinencia de la educación en las artes y para las artes y con la difusión de pensamientos y opiniones que inciten a la reflexión.
Pero quizá lo fundamental sería comprender que este no es un asunto de individualidades sino de la interacción entre todos los que, de una forma u otra, participan de estos procesos culturales.
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