No es gratuito que sea precisamente Jericó el municipio que ha acogido el Hay Festival por cinco versiones.
Encontramos razones de peso que lo justifican, y tienen que ver con una tradición y un estilo de vida laborioso, una cultura pacifista y de alegre convivencia.
Este municipio del Suroeste antioqueño, uno de los 17 pueblos de Colombia declarados patrimonio cultural, tiene uno de los mínimos registros delincuenciales del país. Por mucho tiempo su cárcel ha permanecido sin presos y la escasa fuerza policial se dedica primordialmente a labores cívicas.
A lo anterior se suma una larga tradición respecto a intereses culturales, como los Juegos Florales, y un reconocimiento por ser cuna de destacados poetas y escritores.
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En el Jericó de hoy podemos disfrutar de una vida artística rica y permanente, gracias a la existencia de varios museos y casas de la cultura, entre las que se destacan el MAJA y la Academia de Historia.
Cuenta también con el activismo social de importantes colectivos de jóvenes y mujeres que jalonan procesos pedagógicos y de sensibilización. Jericó también posee una reconocida tradición en artes y oficios, primordialmente en cuero y madera, con el carriel como el símbolo central y patrimonio nacional.
Es por todo lo anterior, sumado a la amabilidad y simpatía de los jericoanos, que esta experiencia del Hay Festival 2023 fue inolvidable y un verdadero oasis de agua fresca. La propuesta de imaginar el mundo con música, poesía, literatura y mucha conversación en todos los escenarios estuvo en total coherencia con ese entorno amoroso, respetuoso, pacífico, desenfadado.
Hubo aguacero y también pleno sol, como para recordarnos que hay espacio para todos y todo. Tanto jericoanos como invitados nacionales e internacionales se encontraron en momentos compartidos de esta fiesta de la cultura y la ciudadanía. Las propuestas hoteleras y gastronómicas para los distintos bolsillos también ayudaron a potenciar esta lección de convivencia, inclusión y buen vivir. Si algo necesita este país adolorido es muchos más ejercicios como este del Hay Festival, posible gracias a COMFAMA, para mantener la ilusión, la esperanza, el deseo íntimo por ser mejores seres humanos.
Para recorrer escasas dos cuadras entre la plaza principal y el Teatro Santamaría, fue necesario separar buen tiempo porque la alegría de los reencuentros cerraban el paso de una manera muy amorosa. Todos quedamos repletos de inspiración y agradecimiento después de disfrutar de semejante volcán de magia y vida. Con el maravilloso horizonte que dan las ideas, y la bella esperanza que dan las relaciones afectuosas, uno queda irremediablemente enamorado de la magia del Hay Festival Jericó y contando los días para que llegue el próximo enero.
Desde mi interés particular por los temas de la convivencia y la noviolencia, percibí el Hay 2023 como un auténtico taller de ciudadanía cultural colaborativa, con su correspondiente teoría y práctica. Imposible no soñar ese mundo en el que se junten la empatía, la compasión, la disposición de servicio y la vida grata para el bien de nuestra humanidad. Nos queda la tarea de lograr la permanencia de estos valores en nuestra vida cotidiana para aportar en una transformación social y política profunda. Puede sonar ingenuo y utópico, pero este es un camino para hacerle resistencia a la idea peligrosa de la insignificancia individual.
Si aceptamos que la convivencia es un arte que se aprende, entonces es vital la práctica, porque lo único observable de los seres humanos es su comportamiento. Las buenas intenciones, aunque necesarias, no son suficientes. Algo parecido a lo que pasa con aprender a montar en bicicleta: hay caídas, raspones, morados, pero uno se vuelve a levantar hasta que domina el arte gracias a buenas dosis de persistencia y dedicación.
Se trata entonces de que nuestra vida en comunidad se entienda como una cocina en la que mezclamos y procesamos diferentes olores, sabores y texturas. Debe ser un espacio en el que valoremos la diversidad de relaciones, talentos, necesidades, expectativas. Lo múltiple llega como riqueza y lo dialógico reemplaza a lo monológico. Así cultivamos la sabiduría del vivir juntos, al reconocer nuestra equivalencia de dignidad. Hay esperanza.