El español Pablo d´Ors visitó Medellín como invitado al Hay Festival. Sus búsquedas van al fondo de lo que cada uno es. Al escucharlo quedan preguntas y respuestas que no tienen cierres.
Se define como escritor y sacerdote. Y, más que eso, como aquel que se pregunta acerca de quién es Pablo d´Ors. Es decir, él se mira a sí mismo y se convierte en testigo de ese Pablo d´Ors que hace varios años eligió el camino de la contemplación.
Este autor español conversó con la periodista colombiana Ana Cristina Restrepo en el Hay Festival de Medellín, que se llevó a cabo en el Museo de Arte Moderno. Un diálogo profundo en una noche serena en la que se habló de contemplación y silencio; de pensamiento y acción; de verdad y libertad; de meditación y de heridas que son como preguntas abiertas.
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Pablo d´Ors es autor de novelas y ensayos. Títulos suyos son Biografía del silencio, Biografía de la luz, El amigo del desierto, El olvido de sí y Entusiasmo, entre otros. Uno de sus maestros es Franz Jalics, un sacerdote jesuita que lo inspiró a fundar la Asociación Amigos del Desierto, que tiene como punto de encuentro la dimensión contemplativa y de oración de la vida. Para él un maestro es aquel capaz de generar vida espiritual, y lamenta, precisamente, la ausencia de maestros que logren en nosotros eso, lo que le hace decir que hemos entrado en un territorio sombrío. Es una crisis de nuestro tiempo.
En medio del bullicio de la vida contemporánea, habla de silencio. Una apuesta atrevida seguida por miles de lectores que encuentran en él una manera de abordar sus propias travesías. Una forma de ser y de estar. Lo ven como un maestro, sin embargo, se siente un discípulo. Señala que quien medita puede hallar viejas heridas que es necesario observar para encontrar sus orígenes. “Mirar amorosamente es contemplar”. No hay herida que no se disuelva con una mirada suficientemente amorosa.
¿Cómo nació en él ese Pablo d´Ors que está frente a nosotros?
Hijo de una familia de lectores y artistas, allí se gestó su ser de escritor. A los 19 años tuvo una especie de “epifanía”, encontró a Jesucristo y se hizo sacerdote claretiano. Así inició la búsqueda del sendero que lo llevó a la meditación, esa que en los inicios es tan difícil de alcanzar por el ruido y el parloteo interior. Lo que encontramos en primera instancia no nos va a gustar.
callado ese ruido interior, la verdad, nuestra verdad, puede asustar. “Somos misterio de luz y de oscuridad”, nuestro ser está compuesto de codicia, ambición y vanidad. Cuando meditamos transitamos hacia el conocimiento. Si no podemos conocernos, no podemos amarnos ni amar a los demás. Así “meditamos para vivir la experiencia del silencio”, y en esa medida iluminamos nuestras sombras.
Ese peregrinar a nuestro centro puede tener muchos recodos. El más directo para Pablo d´Ors es el silencio, que es tortuoso y sencillo, al mismo tiempo. Como la ruta para la mayoría de nosotros es de indagación, lo necesitamos para crecer espiritualmente, porque “la espiritualidad es un camino de silencio”.
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El escritor señala que, más que transformar al mundo, lo significativo es transformarnos a nosotros mismos. Y manifiesta que frente al orgullo que da el logro, es partidario de asumirlo, más bien, como un regalo que produce gratitud. Así se inicia la senda de la entrega.
Hay algunas barreras en el trayecto. El miedo al futuro, la culpa por el pasado, el apego al presente, y así, la tendencia es a bloquear la vida, y no dejamos que fluyan nuestros campos energéticos. Él hace un ejercicio de entrega, entrega de cuerpo y alma. Entrega las creencias, las identidades, los deseos, los proyectos; entrega a los seres amados. Su equipaje se vuelve liviano.
La contemplación nos ayuda a protegernos del ritualismo. No se trata, dice, de cambiar a los demás, se trata de descubrir que nosotros somos la montaña por la que hay que subir. Y en esas búsquedas, no nos debe preocupar extraviarnos, porque, como bien lo sabemos y él lo sabe, un viaje empieza a ser interesante cuando nos perdemos.
El camino que Pablo d´Ors propone es el de la vida y este siempre implica un riesgo. Hay que saltar, hay que entregar. En la experiencia de volar, el riesgo es la caída, sin embargo, solo el que salta tiene la posibilidad de volar.