/ Esteban Carlos Mejía
En una reciente charla en el Hay Festival Medellín, Juan Villoro sostuvo que nunca antes como ahora la humanidad había leído tanto. Leemos en smartphones, tablets, portátiles, libros, revistas y otros impresos. Para conectarnos, leemos. Mientras estamos conectados, leemos. Y leemos para desconectarnos. Somos homo sapiens y también homo lectoris. Entonces ¿por qué algunos se empecinan en examinar las espinas de rosa tan fragante? ¿Por qué, a la menor oportunidad, se vociferan que no se lee nada, que en Colombia, cada año, sólo se lee un libro y pico per cápita? ¿Qué les pasa? ¿Por qué la inquina? Por miedo.
A los que, de veras, apenas leen un libro y pico al año les aterroriza la lectura de los demás. Quieren que los otros, los lectores, sean tan atorrantes, adoquines o fanáticos como ellos. En nombre de todos los que cada vez leemos más y mejor, yo los emplazo: dejen de joder la vida. Dejen leer a la gente. Déjennos ser felices.
* Día tras día. ¿Cuál es la efeméride literaria de esta semana? El 5 de febrero de 1937 murió en Göttingen o Gotinga, Alemania, la escritora y psicoanalista rusa Luíza Gustavovna Salomé, más conocida como Lou Andreas-Salomé, femme fatale como ninguna en este planeta de mujeres enigmáticas y seductoras, desde Eva de Adán hasta Beyoncé de Beyoncé, pasando por Marilyn Monroe, obvio.
Muy jovencita deslumbró hasta llevarlo al borde del delirio, digo, del divorcio, a su tutor, Hendrik Gillot, veinticinco años mayor que ella. Poco después, a los 21, en Roma, se lió con Paul Rée, escritor y jugador compulsivo, con el que formó una comuna estudiantil, una comuna entre ellos, a la que más tarde se sumó Friedrich Nietzsche. El trío (o mejor, el dúo más uno) fracasó cuando Nietzsche se largó, desengañado, torpe y mal herido de amor, pobre superhombre. En 1887, Lou se casó con Friedrich Carl Andreas, lingüista alemán, con quien vivió en matrimonio célibe hasta que la muerte los separó. Otros señores seducidos por la inteligencia y la libertad de Lou Andreas-Salomé fueron el poeta austro-húngaro Rainer Maria Rilke, al que ella le llevaba quince años, y el venerable doctor Sigmund Freud, casi coetáneos.
Lou Andreas-Salomé escribió hasta por los codos: novelas, estudios psicoanalíticos, ensayos. A su muerte, la Gestapo, Policía Secreta del Estado, confiscó y quemó su biblioteca porque contenía muchísimos libros de “ciencia judía”, es decir, el bendito (o maldito) psicoanálisis. ¡Ay, Lou Andreas, Zarathustra te tenga en su gloria!
* * Body copy. “Desde que nací he conocido a muchas personas, cada cual con su nombre y su carácter. Conozco más morenos que rubios, más delgados que gordos, más bajos que altos. Todo eso no es importante. Mi madre divide a la gente en buenos y malos, los que tienen un corazón de ley y los que viven con la leche agria. Pero la realidad depende de otro tipo de divisiones. Más que la mala o la buena leche, lo decisivo es la jerarquía, el poder. Al final están los que mandan y los que obedecen. Claro que caben los matices, y a mí me gusta la gente que no quiere mandar ni quiere obedecer. Da igual el bando en el que hayan caído por nacimiento. Me llevo bien con los que mandan sin querer mandar y con los que no saben obedecer, aunque en muchas ocasiones tengan que morderse la lengua. Esto es un ejercicio de introspección. De vez en cuanto voy a ensayar también el ejercicio de conciencia.”
Luis García Montero. Alguien dice tu nombre, 2014.