/ Juan Carlos Vélez Uribe
Historia de dos ciudades es una novela de Charles Dickens que trata sobre situaciones que se vivían en dos capitales de Europa a finales del siglo 18. Londres, pacífica, ordenada y pujante; París, en caos, desordenada e insegura. Medellín es hoy también una ciudad con dos historias, una ciudad dividida en dos.
Ante el mundo, Medellín ha recuperado poco a poco su buen nombre, tanto así que en el periódico Portafolio se publicó en días recientes un informe de la multinacional del sector tecnológico Indra, donde se decía que Medellín era la mejor ciudad para vivir en Latinoamérica, gracias a ingentes esfuerzos que han acometido el sector privado y público en los últimos años.
Ese empeño dio lugar a que se haya reactivado el turismo y que ya encontremos por muchas partes de la ciudad a personas hablando en diferentes lenguas, algo impensable hace apenas 20 años. Hemos sido catalogados como la ciudad más innovadora y hemos celebrado certámenes internacionales de gran relevancia en temas académicos, culturales y deportivos.
Sin embargo, existe otra ciudad. Aquella donde imperan el desorden, la inseguridad y un reflejo de la falta de autoridad. Es esa ciudad que hoy existe en el Centro, en la periferia y en sectores que muchos de los que tienen que ver con los destinos de Medellín parece que no conocieran.
Empecemos por el Centro. En muchas ocasiones lo hemos afirmado, el Centro de la ciudad está en manos del hampa. Todo el comercio está extorsionado; la venta de narcóticos se hace a la vista de todos y los venteros ambulantes no han podido ser organizados.
Sigamos por la periferia. Cuando uno va a ciertos barrios de Medellín ve cosas como estas: los motociclistas circulan sin casco; las motos con parrillero hombre, supuestamente prohibidas por el alcalde, están por todos lados; los semáforos no se respetan y por la vía del metroplús circula un sinnúmero de motos a pesar de su prohibición; ni qué decir de lo que se refiere a presencia de la fuerza pública, no se ve un policía por ningún lado; de ahí entonces que quienes ejercen la “autoridad” sean los miembros de los combos. Cuando un vecino del barrio tiene un inconveniente, acude a aquellos a quienes cada semana les paga la cuota de “seguridad”.
Ese caos de la periferia y del Centro de Medellín comienza a afectar a los sectores de esa otra ciudad supuestamente tranquila y pacífica. Ya la inseguridad se ha venido convirtiendo en un diario vivir. Sus gentes vuelven, como en las épocas aciagas de Pablo Escobar, a preocuparse por si sus seres queridos llegan a su casa en las noches sanos y salvos. Empieza a presentarse el “síndrome del fletero”, que consiste en asustarse cuando se ven una o varias motos “sospechosas” alrededor, sobre todo cuando se conduce un vehículo, esto corroborado por los últimos sucesos conocidos por todos de Cantagirone y el Club Campestre. Los fleteros han llegado a un nivel de atrevimiento nunca antes visto.
Medellín lo que está reclamando hoy, además de seguridad, es autoridad. Un cumplimiento estricto de las normas por parte de los ciudadanos, y una autoridad, entiéndase esta como policía, alcalde o gobierno nacional, que establezca el perentorio cumplimiento de unas mínimas normas de convivencia. Ese debe ser el principal propósito que tiene que perseguir un Estado, de lo contrario la historia de las dos ciudades continuará siendo una realidad en Medellín.
opinion@vivirenelpoblado