Cantoalegre, dos años después del adiós de Tita

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Desde una casa nueva, con la sensación de que Tita Maya los acompaña, niños nuevos y proyectos para ayudar a sanar y su presencia en otros países, Cantoalegre recibe el segundo aniversario de la despedida de su fundadora. 

Algunos creen que nunca nos vamos. Es un poco difícil de explicar para quienes se dejan llevar por lo visible; es más o menos así: es sentir la presencia de esa persona antes de decidir, al escuchar una canción suya o un piano, en momentos de definición, al ver cómo florece el jardín de la casa nueva a la que llegaste. Algo así sucede a Lulú Vieira, directora creativa de Cantoalegre. Un día como hoy, justo hace dos años, tuvo uno de los momentos más difíciles: su mamá, Tita, se fue de este mundo, después de una enfermedad. Para ella fue más que despedir a su mamá; significó decirle adiós a una persona que fue muchas otras, durante la vida: a veces amiga, hermana, compañera de apartamento, jefe o integrante de equipo. “Teníamos una conexión especial”, dice.

Tita Maya

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Desde la llegada de Lulú a su vida, estuvieron juntas gran parte del tiempo. Incluso cuando Tita fue profesora de música en el Colegio el Triángulo y usaba su estuche suave de guitarra para que a ratos, la niña recién nacida, durmiera. A ella le enseñó a cuidar la naturaleza, cuando ese tema no se trataba tanto. También a cumplir los sueños, a ser libre.

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Después de despedirse y pedir una fiesta en lugar de un funeral, todos los que tuvieron que ver con ella, se reunieron en el Teatro Metropolitano. Los niños del coro Cantoalegre cantaron para ella, Teresita Gómez tocó el piano y la gente de La Pascasia llegó con gaitas y tambores . Hubo velas, palabras, gente de ropa blanca y agradecimiento.

Ahora, que ya pasaron dos años, Lulú Vieira recuerda lo que ha sido este tiempo, un momento que su mamá entendió antes de irse. “Ella estaba cansada y decía que esto se estaba poniendo raro, que la humanidad iba hacia otro lado”. Después vino la pandemia.

Entre el dolor y la belleza

Es de día, por la tarde, y Lulú Vieira, está en el kiosco, un lugar cercano a la tienda de Ledis y al primer piso de Palermo Cultural, el espacio donde está Cantoalegre, desde enero de este año. Al recordar este tiempo, dice que despedir a Tita, ha sido lo más duro que ha vivido, y a la vez, lo más bonito, “es florecer de otra manera, entender la muerte y la partida de otra forma. Es saber que ella dejó tanto, en tantas partes: en cada canción, libro, persona. Marcó a mucha gente que agradece su paso por la tierra para su quehacer e inspiración”.

A la despedida de su mamá le siguió un viaje a India que, aunque estaba planeado, Tita no pudo hacer. Sin embargo, se encargó de que Lulú fuera con su esposo. Y “cumplió su sueño de ir al río Ganges, de otra manera”, a través de un ritual, dice Lulú. Después de un regreso acelerado por la pandemia, ella cuenta que regresaron en el último vuelo que salió de ese país. Y ya, a la vuelta, y con el dolor aún vivo, hubo otra noticia: por el confinamiento sería necesario cerrar la casa grande del barrio Lalinde donde ocurrían las clases. 

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Desde el primer día de confinamiento lanzaron el programa “Música en casa”, transformaron el método a clases virtuales para seguir cerca a sus alumnos. También ampliaron y fortalecieron su comunidad con “lives” a través de sus redes y lanzamientos, entre ellos, “Cantoalegre a la carta” donde niños en Medellín, y otras ciudades del mundo pedían en vivo sus canciones preferidas. “Convertimos el dolor en oportunidad y fue bonito acompañar a las familias”, dice.

Buscar el ritmo, mirar adelante y sanar

Por estos días, en los jardines de Palermo Cultural y salones de Cantoalegre se ven niños, familias o profesores que llevan una guitarra o se preparan para sentarse cerca al piano. Lulú Vieira está entusiasmada con el comienzo reciente de las clases. “Están llegando muchos niños y nos hemos dado cuenta que la gente tiene muchas memorias con Cantoalegre, que confían en nosotros”. 

Cantoalegre, dos años después del adiós de Tita

Sobre el papel de la música, en este tiempo, dice que da herramientas para vivir en sociedad. “Una orquesta permite aprender que hacemos parte de un todo, con nuestro punto individual. En el coro, aprendemos a afinar, a estar todos en armonía y coherencia, a un mismo compás. Aunque cada uno haga lo suyo, todos podemos sonar bien. Mi mamá decía que las personas somos como notas musicales; buscamos otras notas para sonar bien, y cuando las encontramos es que se encuentran los acordes. Esto es bonito porque desde la música existen razones para la vida junto a otros, en sociedad”. 

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Y cuenta que la música permite desarrollar la motricidad fina y gruesa. También esos ritmos que Tita Maya mencionaba tanto: “un día tiene sus ritmos. Hay uno para caminar, hablar. Todo el trabajo que hacemos con los niños es encontrar su ritmo, el propio, el de las situaciones”. 

Este año, Cantoalegre cumple 38 años y se prepara para celebrar el aniversario 50 del Colegio de Música, ese lugar que está unido a ellos a través de la historia familiar (fue fundado por su abuela, Marta Agudelo Villa, en 1972, en Laureles) y del que conservan el método de enseñanza y hacen parte.

Lulú Vieira cuenta que su sueño es acompañar a los niños y familias que todos los meses escuchan las canciones de Cantoalegre, a través de las plataformas, y en países variados: Chile, Argentina, Australia o Japón. Le encantaría tener otras sedes y avanzar en proyectos con aliados que les permitan mantenerse y tener sueños nuevos. Uno de ellos es el que tienen con Comfama para crear coros, en sus colegios.

Dentro de unos meses también lanzarán el proyecto “Música para sanar” que Tita Maya empezó e inició con la idea de ayudar a los niños de lugares como el Hospital San Vicente de Paul. “Fue muy bonito porque ella descubrió que la música infantil generalmente es de sonoridades que invitan a la alegría, a jugar. A través de una investigación quedó claro que los pacientes necesitan sonoridades de más calma. Ella alcanzó a dejar escogidas las canciones y esperamos tenerlo listo en unos meses”. 

Explica que para hacerlo posible escogieron instrumentos como chelos, pianos y bajos que pudieron ser afinados con base en la frecuencia 432 hz (y no la habitual 440 hz) que se descubrió, está más asociada al corazón, a la tranquilidad. “Lo bonito, es que el proyecto nació para niños enfermos, y ahora creemos que es necesario para todas las personas. Después de la pandemia necesitamos las pausas, la calma”.

Tres para uno

El Colegio de Música fue creado en 1972 (cumple 50 años en este 2022) por Marta Agudelo, profesora de música y una mujer que aportó elementos nuevos, para su enseñanza, en Colombia. Tita Maya, su hija, creó a Cantoalegre en 1984 con la idea de grabar canciones, hacer conciertos y llevar la música a otros lugares. con mensajes que hablaban del amor por la tierra, la gente, la importancia de querer lo distinto y cuidar la naturaleza. Libros, presentaciones y canciones que viven dentro de muchos han sido posible gracias a esto. Lulú Vieira, la nieta, creó Vueltacanela, en el año 2012 con el fin de crear series animadas, videos y llevar la música a plataformas digitales. Después de estudiar Comunicación, en Eafit, se especializó en comunicación audiovisual, y trabajó en Discovery Kids. Ganadora de un premio India Catalina, cuenta que Cantoalegre estuvo nominado al Grammy Latino por su álbum “Otra vuelta al sol” en categoría Mejor Album de Música Latina para Niños.

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