/ Esteban Carlos Mejía
Varias personas leemos el mismo fragmento de una novela. Es una secuencia erótica entre un hombre y una mujer, una escena velada, sugerida apenas, lejos de la pornografía y lejísimos de la obscenidad. No se han desvestido del todo. El hombre le ha subido la falda a la mujer, tal vez una minifalda, indefinida en color y textura, y sin quitársela le ha hecho el amor, a lo mejor con ganas o con reservada pasión, no queda claro. Ya dije el asunto es sutil y algo evanescente.
Entre los lectores, hombres y mujeres, nadie se anega en llanto. Pero cada uno ha vibrado por dentro, subyugado por el estilo envolvente del escritor. Les pregunto qué han leído. Sus respuestas me dejan pasmado. Un caballero en la plenitud de la cincuentena está fascinado por la diferencia de edad entre los amantes, detalle que sólo él ha percibido, y se extasía pensando en sí mismo y en sus probabilidades. Una mujer más joven se conmueve por el apremiante deseo de la escena, frágil, voluntariosa e inquietante. Otra señora, ingeniera eléctrica o electrónica, se encoge de hombros con afabilidad y concluye que “uno siempre debe creerle al otro, diga lo que diga, haga lo que haga”. Y otra señora se enfurece con el protagonista: “¡Ni siquiera le quitó la falda! ¡Incompetente! ¡Mal polvo!”
Si todos leímos el mismo texto, ¿por qué hemos entendido cosas tan distintas? ¿Leer será acaso un misunderstanding issue, como dicen los gringos? ¿Un malentendido? ¿Malentendido dichoso?
* Día tras día: La efeméride literaria de esta semana es poética. El 30 de octubre de 1910, en Orihuela, provincia de Alicante, España, nació Miguel Hernández, “arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz”, según dijo Pablo Neruda.
Siendo pastor de cabras se volvió autodidacta. Fue poeta surrealista. Y después comprometió sus versos con las causas de los pobres y menesterosos. Luchó con los republicanos en el 5° Regimiento, bajo el mando del Partido Comunista. Apresado, liberado, delatado, apresado otra vez, Miguel enfermó en la prisión y murió de tuberculosis a los 31 años de edad, en 1942. Dicen que no pudieron cerrarle los ojos, así de recias eran sus ansias de vivir.
Joan Manuel Serrat musicalizó algunos de sus poemas más célebres. Como Elegía: “No hay extensión más grande que mi herida / lloro mi desventura y sus conjuntos / y siento más tu muerte que mi vida.” O también Las nanas de la cebolla: “Tu risa me hace libre / me pone alas. / Soledades me quita / cárcel me arranca. / Boca que vuela, / corazón que en tus labios / relampaguea.”
** Body copy: “Los caballos desenganchados relinchaban junto a los carros y piafaban cansinamente sobre el lodo viscoso. Unos cuantos hombres deambulaban con linternas temblorosas y macilentas por la oscuridad nocturna, buscando una manta olvidada o algún paquete con vajilla y comida. Los recién llegados […] dormían en tarimas improvisadas junto a las camas de los lugareños: eran tísicos, paralíticos, locos, idiotas, enfermos del corazón, diabéticos, gente que tenía un cáncer en su cuerpo o que padecía tracoma, mujeres de vientre estéril, madres con hijos deformes, hombres amenazados por la prisión o el servicio militar, desertores que querían asegurarse una fuga feliz, gente desahuciada por los médicos, proscrita por la sociedad, maltratada por la justicia terrena, afligidos, ansiosos, hambrientos y hartos, embaucadores y gente honrada, todos, todos, todos…”