/ Etcétera. Adriana Mejía
Los expresidentes, los que asistieron –faltaron Uribe y Pastrana–, fueron conminados a la banca de los músicos de la tarima presidencial. ¿Mensaje subliminal? Qué va. El protocolo, mientras más estricto y acartonado sea, menos neuronas gasta. Así que si Dalita Navarro quedó con tortícolis por tanto estirar nuca para ver o hacerse ver, o si el vicepresidente Germán Vargas quedó por fuera del registro histórico de la reposesión presidencial porque la silla en la que lo sentaron estaba detrás del atril; si esos y otros efectos colaterales resultaron, el protocolo no tuvo la culpa. El protocolo no piensa ni tiene segundas intenciones; el protocolo molesta y ya. Y tiene una facilidad para empeorar lo que ya de suyo es maluco…
Excepto la familia presidencial, que es algo así como el botín de oro de la jornada, a los asistentes se les notó una especie de “protocolaria” resignación. Bueno, exagero: los recién nombrados, los recién ratificados, los aspirantes a cualquier cosa, Roy con su reluciente look a lo Kojak y Armandito jugando Tetris con el celular en el bolsillo, también caminaban entre nubes; no en la alfombra roja, pero entre nubes al fin y al cabo (igual que doña Mechas, insignia del escudo nacional, y Amparo Grisales, que no se pierde la montada de una llanta). Al menos eso nos pareció a quienes presenciamos a ratos la transmisión por televisión, la cual, dicho sea de paso, estuvo muy bien (y el fin de fiestas ni se diga, todos unidos por el whisky).
Gracias a las cámaras vimos la llegada de los muy tiesos y muy majos invitados de diversas procedencias. Personalidades por derecho propio y de ocasión atravesaron puntuales, y sofocados por el sol del mediodía, la Plaza de Bolívar; jalonados por sus corbatas domingueras, ellos; equilibristas en sus tacones de coctel, ellas; con el cuerpo mortificados, unos y otras. Uf, hasta llegar a la Plaza de Núñez, más patriótica que nunca este 7 de agosto que pasó: un inmenso palomar –recordar que la paloma de la paz es la mascota oficial desde la campaña de la reelección– tricolor. Y muchas sillas en perfecto orden (las del CD quedaron vacías por cuenta del desaire democrático de la bancada). Telegénica sí quedó la locación.
Por fin, a las 3 pm., en las escalinatas de la Casa de Nariño apareció el presidente entrante (y saliente) con el blower recién hecho, acompañado de su esposa –siempre linda, discreta, bien puesta– y sus tres hijos, escoltado por un grupo de niños vestidos de blanco, camino al Capitolio, donde lo esperaba el presidente del Senado para el cruce de dos o tres palabras, el juramento y la banda (menos mal no se la puso al revés, como lo hizo Dilian Francisca con el expresidente Uribe en su segunda investidura).
Reestrenando primer mandatario y bostezando nos encontrábamos frente al televisor un montón de desparchados, cuando sucedió lo que podría denominarse el primer acto legislativo del Congreso: el respeto al derecho de la siesta. A esa hora, en efecto, el país entró en una especie de sopor garciamarquiano, gracias al discurso somnífero que se echó José David Name. Qué rollo.
Nos despertamos –incluyendo el presidente– cuando Name dio por terminada su lectura en monotono. Ahí sí arrancaron los 35 minutos del reposesionado. Las cinco locomotoras de hace cuatro años salieron para chatarra; en su reemplazo se erigieron los tres pilares en los que se asentará el próximo cuatrienio: paz, equidad y educación. “Un país en total paz, con equidad y el más educado de América Latina”, dijo textualmente. Otra cosa dicen los atentados de la guerrilla, las cifras de pobreza extrema y las pruebas Pisa, pero bueno, se le abona la intención.
Etcétera: Al igual que Santos, los colombianos queremos y creemos que con paz, equidad y educación, a Colombia no la frena nadie. Ojalá para 2025 vivamos en ese paraíso que pronostica el presidente. El camino es largo y culebrero; no imposible (el protocolo es otro cuento).
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