/ Esteban Carlos Mejía
Una de las canciones más lacrimosas y melancólicas de la música andina es Los libros, letra del poeta Ricardo Nieto. Cuando la oigo por azar en alguna emisora popular, casi siempre me pongo de llorar, no de dicha sino de espanto, ahí perdonen mi desfachatez. Es una vaina tremebunda, patética, toda una incitación al suicidio. Arranca, sin embargo, con una pregunta clave: “¿Para qué los libros?”. Complicado. A cada rato, yo también me pregunto lo mismo. ¿Para qué estas montañas de papel, calladas y displicentes? ¿Para qué estos objetos, al parecer irremplazables pese a los avances de la civilización video acústica? ¿Para qué tanta congestión nasal, tanto polvero, tanto nido de gulungos? Podría darles cien contestaciones. Prefiero que cada uno, en el silencio de su lectura, busque o encuentre su propia respuesta. Échenle cabeza: “¿para qué los libros?, ¿para qué, Dios mío?”
* Día tras día: A petición del público, definición de “efeméride” según la RAE: “1. f. Acontecimiento notable que se recuerda en cualquier aniversario de él. 2. f. Conmemoración de dicho aniversario”. Pues, bien, ¿y cuál es la efeméride literaria de esta semana?
El 10 de agosto de 1912 nació en Itabuna, Bahía, Brasil, un bebecito que con los años se volvería tormento de hipócritas y adalid de gocetas y pícaros con suerte: Jorge Leal Amado de Faria, “escriba público establecido en el barrio de Río Vermelho, en la ciudad de Salvador de Bahía de Todos los Santos, en las vecindades del Largo de Santana donde habita Yemanjá, Señora de las Aguas”. Novelista lenguaraz y saleroso, cuentista de irremediable fantasía, creó e inmortalizó a tres de las mujeres más hermosas de la literatura iberoamericana. Florípedes Paiva Madureira, doña Flor dos Guimaráes. Tereza Batista, cansada de guerra. Gabriela, clavo y canela. Con semejante harén, Jorge Amado vive ahora en el edén sempiterno de sus agradecidos lectores.
** Body copy: “En el momento se empeñó la acción en todos los puntos de la línea. El señor general Anzoátegui dirigía las operaciones del centro y de la derecha: hizo atacar un batallón que el enemigo había desplegado en guerrilla en una cañada, y lo obligó a retirarse al cuerpo del ejército, que, en columna sobre una altura, con tres piezas de artillería al centro y dos cuerpos de caballería a los costados, aguardó el ataque. Las tropas del centro, despreciando los fuegos que hacían algunos cuerpos enemigos situados sobre su flanco izquierdo, atacaron la fuerza principal. El enemigo hacía un fuego terrible; pero nuestras tropas, con movimientos los más audaces y ejecutados con la más estricta disciplina, envolvieron todos los cuerpos enemigos. El escuadrón de caballería del Llanoarriba cargó con su acostumbrado valor y desde aquel momento todos los esfuerzos del general español fueron infructuosos: perdió su posición. La compañía de Granaderos a Caballo (toda de españoles) fue la primera que cobardemente abandonó el campo de batalla. La infantería trató de rehacerse en otra altura, pero fue inmediatamente destruida; y todo el ejército español en completa derrota y cercado por todas partes después de sufrir una grande mortandad, rindió sus armas y se entregó prisionero. Casi simultáneamente el señor general Santander cargó con unas compañías del batallón de línea y los Guías de retaguardia, pasó el puente y completó la victoria”.
Daniel Florencio O’Leary. Memorias, 1831.
*** Body copy (plus): Y a propósito de gases lacrimógenos:
“De Boyacá en los campos
El genio de la gloria
Con cada espiga un héroe
invicto coronó.
Soldados sin coraza
Ganaron la victoria;
Su varonil aliento
De escudo les sirvió.”
Himno de Colombia, quinta estrofa.