/ Esteban Carlos Mejía
A veces, no muchas la verdad, me abordan en la calle o en un centro comercial: “Oiga, por favor, ¿dígame qué leo?”. La primera respuesta que se me viene a la mente es “lea lo que le guste”, y me rasco la cabeza. Sin embargo, lleno de culpa, me pongo a hacer una lista de posibles o probables lecturas. Y siento ganas de gritar: “¡Yo cómo voy a saber!” Recomendar un libro es la vaina más arriesgada del mundo: o pierdes un amigo o ganas un enemigo.
No soy crítico literario ni ensayista. Soy un solitario escritor urbano: trato de hacer mi obra: escribir las novelas que quiero escribir, a mi gusto, con mi tonalidad amarga o cínica, erótica o virulenta, tierna o escandalosa, y mi estilo desfachatado o lírico o puntilloso. Soy incapaz de decirle a los demás lo que deben o tienen que hacer, sentir, leer o pensar. Los cánones de lectura no son lo mío. No aspiro a ser gurú ni maestro de nadie ni de nada ni siquiera parecerme al meñique más meñique de Harold Bloom o a los talones de Hernando Valencia Goelkel. Yo sólo quiero escapar y ser feliz. Escapar, o sea, escribir ficción. Y ser feliz, es decir, ser feliz.
Por eso si me encuentras por ahí y me preguntas “ay, Estebitan, dime, ¿qué libro leo?” no te fijes en mi cara de preocupación ni le hagas caso a mis buenos modales. Por dentro estoy craneando una grosería: “¡Pues lee lo que te dé la p… gana. El placer es tuyo, no mío”. Es mejor ponerse colorado una vez que pálido toda la vida, ¿cierto?
* Día tras día: ¿Cuál es la efeméride literaria de esta semana? El 27 de julio de 1946, a los 72 años de edad, murió en París la escritora estadounidense Gertrude Stein, matrona de matronas, mecenas y tutora de algunos de los artistas y escritores más célebres del siglo 20. En el salón de su casa, en 27 rue de Fleurus, se reunía una pléyade (y el latinajo, pléyade, vale lo que vale) de intelectuales, pintores, narradores: Pablo Picasso, Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Sinclair Lewis, Ezra Pound, Sherwood Anderson, René Crevel, Francis Picabia, Henri Matisse, entre muchos. Gertrude Stein y su inseparable compañera Alice B. Toklas los acogían con generosidad y calidez: hablaban pajarilla, se pullaban unos a otros y, sobre todo, escuchaban a la dueña de casa, crítica feroz, justa y exigente. En A Moveable Feast (París era una fiesta, 1964, póstumo) su ahijado Hemingway la caracterizó con entrañable sutileza. Y en 2011, Woody Allen la reverenció con Midnight in Paris (Medianoche en París) y la actuación de Kathy Bates. A madame Stein se debe el misterioso verso “Rose is a rose is a rose is a rose”, “Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa”, que tantos dolores de cabeza le ha dado a los cabeciduros.
* * Body copy: “Cuando era joven, hará un par de milenios, creía saber lo que hacía. Era consciente del carácter caprichoso del mundo, de cómo se divierte con nuestras esperanzas y nuestros deseos; pero en lo relativo a mis propias acciones, estaba convencido de que era yo, erguido en el asiento del conductor, quien manejaba el volante con las dos manos. Ahora sé que no es así. Ahora sé que las decisiones que creemos tomar solo parecen tal en retrospectiva y que, cuando las cosas suceden, en realidad tan solo nos dejamos llevar. No me inquieta demasiado ser consciente del escaso control que tengo sobre mi vida. En general, me satisface dejarme arrastrar por la corriente, con las manos dentro del agua para pescar los bichos raros. Sin embargo, hay ocasiones en que desearía haber hecho el esfuerzo de pensar a largo plazo para calcular las consecuencias de mis actos.”
Benjamin Black. La rubia de ojos negros. Una novela de Philip Marlowe. 2014.
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