Andar en carro o moto para todas partes no puede seguir siendo nuestra aspiración. Es necesario formarnos para promover el uso de alternativas de movilidad menos contaminantes.
La infraestructura de las ciudades debe mejorarse para lograr una movilidad sostenible, de eso no cabe duda. También es ineludible avanzar en el ámbito tecnológico: vehículos más limpios y eficientes; plataformas para la recolección, el procesamiento y la divulgación de la información; etc. Pero hay que pensar no solo en la infraestructura y tecnología como tales, sino también –y, sobre todo– en quienes las usan: las personas.
En sus planes de Educación para el Desarrollo Sostenible, la Unesco resalta la necesidad de “fortalecer la educación y el aprendizaje en las agendas, los programas y las actividades relacionadas con el desarrollo sostenible”. Las discusiones sobre desarrollo urbano son elementos fundamentales de las agendas de desarrollo sostenible y es claro que la movilidad juega un papel protagónico en ellas. Es entonces lógico pensar que necesitamos fortalecer notablemente los procesos de educación para lograr una mejor movilidad y, así, acercarnos a un escenario de sostenibilidad urbana y global. ¿Y cómo deben ser esos procesos?
Por un lado, es esencial que se multiplique la formación de “talento verde” entre quienes tendrán a su cargo el diseño urbano y la gestión del hábitat (un guiño a nuestro nuevo pregrado en Eafit). De lo contrario, seguiremos viendo profesionales de la ciudad que, en esencia, piensan que “mejorar la infraestructura” es equivalente a “construir obsesivamente nuevas vías o ampliarlas todo lo que se pueda para que quepan más carros”. También es indispensable la formación de la ciudadanía en general, para que, desde cualquiera que sea nuestro rol en las calles (peatones; ciclistas; conductores de bus, de camión, de volqueta, de tractomula, de buseta, de automóvil, de moto, etc.), contemos con los conocimientos, los valores y las habilidades necesarios para que el sistema de transporte funcione adecuadamente.
Por último, se necesita que esa estrategia educativa para una mejor movilidad incluya reflexiones críticas sobre las aspiraciones que tenemos. No soy amigo de “satanizar” el uso del carro particular, pero es que ya desde hace tiempo se da un gravísimo abuso de este y en el contexto de Crisis Ecológica actual (con mayúsculas deliberadas) ya es urgente desincentivarlo. Andar en carro o moto para todas partes no puede seguir siendo nuestra aspiración. ¿Qué tal si, de manera similar a como educamos para reciclar y ahorrar agua y energía, formamos también para promover el uso de alternativas de movilidad menos contaminantes? ¿Qué tal si desmotorizamos, tan siquiera un poco, el corazón?