/ Juan Carlos Vélez Uribe
A raíz de la publicación del libro de Jorge Franco titulado Desde afuera, obra literaria que dejo a la crítica de otros, quisiera aprovechar la oportunidad para referirme a una de sus protagonistas, Benedikta Zur Nieden, a quien con cariño conocíamos como “Dita”.
Era yo un niño cuando mi madre me llevó a conocer el que sería mi colegio, el Colegio Alemán, fundado por Dita y otros miembros de la comunidad alemana de la ciudad. Estaba ubicado en una casa que hacia esquina en la carrera 36 con la calle 10 de El Poblado. Allí fue donde la conocí. Tal vez estuve en su residencia de El Castillo pero no olvido, ya en el Colegio Alemán -cuando estaba en la loma de Los Balsos-, el día que se dio a conocer el asesinato de Diego Echavarría Misas, su esposo, cuando se negó a pagar su secuestro.
El Colegio Alemán se mudó posteriormente a unos terrenos que ella, Dita, había donado en lo que era su finca de Itagüí, Ditaires (que lleva su nombre). Allí hay ahora un centro deportivo y la casa de la finca es un centro de convenciones.
El reconocimiento que debemos hacerle a esta gran benefactora debe ser por el desprendimiento que hizo de toda su riqueza para dejarla a los medellinenses y a los habitantes de Itagüí. Fue ella quien tomó la decisión de entregar todos sus bienes a la comunidad.
Después de vivir en una mansión como la que es hoy el Museo El Castillo, la donó al Municipio de Medellín con todos sus enseres para que la pudieran disfrutar las generaciones venideras y todos los ciudadanos de la capital antioqueña, sin importar su origen social. Su finca, Ditaires, se la regaló a Itagüí. Todos sabemos del buen uso, hay que reconocerlo así, que le han dado las autoridades de ese municipio a ese bien. Además, su aporte a la biblioteca de Itagüí ha permitido que esta continúe con su labor cultural. A ello hay que sumarle la donación que hizo de las acciones que tuvo su esposo en las principales empresas antioqueñas; si las conservase hoy alguno de sus descendientes, podría ser una de las personas más ricas del Departamento. Hoy esa fortuna ascendería a cientos, o quién sabe, miles de millones de dólares sin temor a equivocarme.
Luego de entregar todo lo que tenía, es decir de donar en vida toda su fortuna, y habitar una mansión, Dita se mudó a vivir a un pequeño apartamento por la calle 33, sector de la Bomba de los Almendros. Los recursos que tenía para sobrevivir se acabaron rápidamente por lo que regresó a su natal, Alemania, donde convivió con una hermana y subsistió de una pensión del gobierno alemán hasta el final de sus días.
El ejemplo de desprendimiento de una fortuna que hoy muy pocos podrían vanagloriarse de tener, como el que dio Benedikta Zur Nieden, o Dita, al entregarla toda en vida a la comunidad, debe servir para que las nuevas generaciones entiendan que la caridad es un valor que los colombianos debemos tener; que las obras sociales y el compromiso con los más necesitados debe ser una constante entre todos los que de alguna u otra manera pueden aportar al bienestar de sus congéneres.
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