En 15 minutos se resume todo: la fama, la ansiedad y la depresión, la actualidad informativa y, al parecer, la vida misma. ¿Por qué tenemos tanto afán?, ¿por qué corremos tanto?
“Tengo una buena y una mala noticia. La buena es que te voy a regalar medio minuto. La mala es que me voy mañana del periódico”. Todavía recuerdo estas palabras cargadas de insolencia. Ha sido la peor forma que he tenido de dejar un trabajo. Llevaba 30 días pidiéndole a quien entonces era mi jefe 30 minutos para hablar, y un día, mientras la correteaba en unas escaleras me dijo: “Para que no moleste tanto tengo 1 minuto, dígame”.
Le puede interesar: El doctorado
Unos años antes, siendo profesora de la Universidad de Antioquia, tuve una alumna que faltaba reiteradamente a clase. No respondía correos y mucho menos escribía ofreciendo excusa alguna. Una semana comenzó a buscarme, y yo, pretendiendo ser un juez aleccionador, me empeñé en aplazar la cita hasta que un día me sorprendió en las mesas de la cafetería. “Tengo 15 minutos”, le dije, y, con las lágrimas en la cara y pronunciando las palabras: “Sí, señora”, comenzó a sacar unos papeles de una carpeta. Aquella alumna tenía cáncer, lo estaba enfrentando con la muy poca familia que tenía y yo le había dado la estocada final a su dolor.
De las dos historias aprendí. De la primera, a preguntarle a mis compañeros por el nivel de urgencia de las conversaciones en las que me requieren y si uno de ellos menciona la palabra: ¡Urgente!, sabe que cuenta de inmediato con mi atención plena. También saben lo importante que es esta palabra para mí y, por lo tanto, conocen muy bien cuándo pronunciarla. De la segunda, que el tiempo es relativo y que antes de condenar a una persona con su injusta vara, debo al menos mirarla a los ojos para intentar conectarme con lo que le está pasando. Como bien lo diría el escritor austríaco Stefan Zweig en uno de sus libros más hermosos, Los ojos del hermano eterno: “No se puede medir a nadie con una vara que no se conoce”.
Le puede interesar: La postverdad somos nosotros
Vale la pena reflexionar sobre el tiempo y esos 15 minutos que, metafóricamente, nos hemos impuesto para todo. Desde que Andy Warhol dotó de tiempo la fama, los 15 minutos no han parado de crecer y hoy día, según Google, en 15 minutos podemos: realizar un test para saber si sufrimos alguna enfermedad mental, leer una revista famosa – también controlada por los mismos 15 tiranos-, aprender un idioma si los multiplicamos día a día, tener la idea que salve nuestras vidas y realizar una receta según la Revista Hola. También hay una película, protagonizada por Robert De Niro, que titula 15 minutes.
Tal vez los 15 minutos sean solo una metáfora. También nos han dicho que hay cosas que se resuelven en 5; pero, si ya sabemos que el tiempo es relativo y no absoluto, ¿por qué nos empeñamos en correr tanto?, ¿qué sentido tiene meter la vida en el cuarto de un reloj? Vivimos una carrera de 15 minutos, patrocinada por los discursos de innovación capitalistas, que, si no la corremos bien, terminará en un abismo. Tal vez cuando miremos al vacío, pálidos y desconsolados, no tengamos más que la sensatez y el sentido común para preguntarnos, mientras caemos, ¿por qué era que corría?