Registro de cifras e historias de familias diezmadas por el COVID19, en Envigado, que dan una idea del tamaño de los duelos.
Mientras que en Medellín una muy conocida funeraria prestó entre 60 y 70 servicios diarios, en abril, y alcanzó un pico de 80, en Envigado la Funeraria Ochoa -que prestaba uno o dos servicios diarios- en los dos últimos meses vio dispararse la demanda: tuvo una semana de siete, ocho y hasta diez servicios prestados por día.
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Las cifras son de Esteban Torres Lopera, administrador de la empresa, quien ofrece tres microhistorias para abundar en el asombro: Primero falleció la hija de una familia, y cuando estaban listas las cenizas, le avisaron: “Déjelas allá, que acaba de fallecer la mamá, para que les celebren la misa a las dos junticas”. Ocurrió el 5 de mayo.
Otra joven solicitó un servicio para su padre. “Cuando teníamos lista la papelería y nos disponíamos a acompañarla al hospital para retirar el cuerpo, la noté como encartada con un paquetico. Le ofrecí que se lo guardaba en la oficina. Se negó, y me explicó que ahí cargaba lo que necesitaría más tarde, porque ‘yo les entrego a mi papá y me quedo con mi mamá que la van a entubar ahora’. A los dos días le entregué las cenizas del papá y dos días después nos llamó nuevamente para que nos ocupáramos del cuerpo de la mamá. Y me trajo la documentación en regla, no le tuve que explicar nada, porque ya conocía el rodaje”.
“Un viernes, a las diez de la mañana, recogimos el cuerpo de un señor en una clínica por la carrera 80, en Medellín. A las ocho de la noche llamó el hijo a decir: ‘Vengan a recoger también a mi mamá que murió aquí, en casa’. Esa persona perdió a sus padres en diez horas”. En menos de quince días, tres historias con el COVID19 como protagonista. Fatal registro de familias diezmadas en solo una de las funerarias que operan en Envigado.
Hasta la muerte
Esteban Torres está lidiando con cadáveres desde sus ancestros. Su padre, don Carlos Enrique, era ebanista y trabajaba en el taller de ataúdes (hoy llevan el ostentoso nombre de cofres) que montó don Eugenio Ochoa en el sector de Rosellón, y que llamó “Industria funeraria San José”. Además, había establecido la Funeraria Ochoa -en 1964- en inmediaciones de la plaza de mercado de Envigado. Ya para esa época también la familia Torres Lopera vivía en el sector; Esteban estudiaba en la escuela Fernando González, y con los Ochoa hijos jugaba fútbol. “Entonces me empezó a gustar venir a ver muertos”. Antes de que hiciera la primera comunión ya se trepaba a una escalerita a pegar avisos de entierros (hoy sepelios) en cercanías de su casa, siempre junto a los Ochoa. “Recuerdo que don Eugenio y su señora, doña Dolly Calle, me regalaban 50 centavos por los avisos; ya a los doce años, más grande e inquieto, él me invitaba, y así empecé a preparar cuerpos con ellos (hoy tanatopraxia) desde esa edad”.
Don Esteban recuerda cuando la preparación del muerto (hoy se dice “fallecido”), el velorio y los rezos se hacían en las muy espaciosas casonas de Envigado. La empresa trasteaba sillas, crucifijos, pedestal y portarramos para el velorio doméstico. Preparaban al fallecido en su cama, utilizando formol (formaldehído, un compuesto químico); además, usaban hielo seco si el velorio se iba a prolongar más de dos días. El papel del hielo era mantener refrigerado el cuerpo. Nada raro que a la hora de la ceremonia fúnebre el cofre desprendiera humo… para alentar mitos y leyendas.
Este apretado relato para aterrizar en el presente turbio, y entender por qué el señor Torres permanece impávido ante la muerte representada en un cadáver, aunque reconoce que la teme.
Con el COVID protagonizando la matanza, ya no hay tanatopraxia, técnica de conservación temporal de los cadáveres (según la mitología griega, Tánatos era el dios de la muerte). Ahora el servicio funerario consiste en recibir el cuerpo ya embalado: en el lugar de fallecimiento se desinfecta, se tapan las vías orales, fosas nasales y ano. Luego, los enfermeros del hospital lo colocan en una bolsa hermética con cierre y lo llevan al sitio de oratorio o morgue. Ahí entra a actuar la funeraria: nueva desinfección, e introducción del cuerpo en otra bolsa, que también queda herméticamente sellada. Entonces lo conducen al lugar de cremación, o al cementerio, según el caso. Regla de oro: la bolsa no se puede abrir ni el cuerpo manipular. Don Esteban explica que puede haber inhumación (antes entierro), sobre todo en los pueblos, ante la ausencia de hornos crematorios.
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También dice que el ministerio de Salud autoriza que dos familiares acompañen el cuerpo cuando permanece en el oratorio o morgue; es el único momento de cercanía que tienen con su ser querido fallecido.
Luego, el prestador del servicio explora la disponibilidad de hornos. “De recoger un cuerpo a las 6:00 a.m., pero me dicen ‘no se lo recibo hasta 2:00 p.m. porque no tengo espacio’”. “Nos ha tocado tomar la opción de llevar cadáveres al crematorio Rituales en Guarne, y a Exequiales de Oriente, en Rionegro, por falta de cupo en el área metropolitana”.
La parroquia Santa Gertrudis contabiliza 39 misas exequiales celebradas en abril de 2021, cuando en el mismo mes de 2020 fueron 5
En dicho territorio operan los crematorios del Parque Cementerio San Pedro, Coosercom, La Candelaria, Campos de Paz y Cementerio Jardines Montesacro. Sumados con los de Oriente, son unos 18 hornos. El promedio de combustión de un cuerpo es de dos horas. Pero mientras, pueden llegar unos diez más, asegura Torres. Este represamiento significa que “Si llevo un cuerpo hoy jueves, está ingresando al horno el sábado, y me entregan las cenizas el domingo o lunes, para preparar el oficio religioso”.
Las cifras del dolor
Según registros oficiales, en Antioquia murieron por COVID, solo en el mes de abril, 2.773 personas. Ahora bien, la parroquia Santa Gertrudis, en el centro de Envigado, contabiliza 39 misas exequiales celebradas en abril de 2021, cuando en el mismo mes de 2020 fueron 5 (en mayo de ese año fueron 16, el pasado 20 de igual mes ya sumaban 21 eucaristías del mismo tipo). Cifras de desmesura, si tenemos en cuenta que la jurisdicción de la parroquia solo cubre el barrio Mesa, la zona centro y parte de los barrios La Magnolia y Alcalá. Se advierte que no todos los fallecimientos fueron por la pandemia.
Otra parroquia con jurisdicción muy pequeña es la Niña María, donde semanalmente le celebraban el rito religioso a uno o dos cuerpos. Hoy practican hasta tres y cuatro sepelios por semana.
De su contacto de 24 horas con la muerte, don Esteban ha sacado lecciones que comparte: “Hay que ser lo más humilde posible, y saber que uno no se lleva nada: ¡para qué acaparar tanto! Uno llega desnudo y así se va, igual que sin dientes, sin pelo… Solo queda vivir bien, disfrutar la vida”. También: “Claro que me da miedo morirme, uno tiene todavía ganas de hacer cosas, un emprendimiento, dejar algo para la familia, pero no acaparar, no ser ambicioso”.
Torres vive impartiendo enseñanzas. “La otra vez vino una muchacha a decirme que su mamá -para quien solicitaba el servicio funerario- nunca aceptó la cremación. Le hice ver ‘usted está en su derecho, pero piense en que, como ahora entierra el cuerpo herméticamente sellado, no hay espacio para que el oxígeno lo descomponga de manera normal y lo reduzca a huesitos. Entonces en cuatro años usted encontrará un cuerpo blando, dentro de una aguamasa, aunque el COVID ya no está’. Si es así, señor -dijo la joven- entonces la cremamos”.