No había vuelto este cronista a San Andrés Islands desde hacía 38 años luz, cuando en mi juventud de hippie exploré con mi amigo el pelirrojo Jorge Londoño, maestro en ébano, todos los escondites de la cercana isla de Providencia para montar un taller de artesanías filosóficas, sueño que nunca pudimos cumplir por cien razones irracionales, como todas.
Por lo que vi en ocho días, “las islas” siguen siendo ese paraíso que cantó el profeta nadaísta Gonzalo Arango en su libro cuasipóstumo, Providencia, una obra que hoy parece “demodé” y hasta el extremo ingenua, con las ilustraciones infantiles de su amada Angelita inglesa. Esto, a pesar de lo que diga el periódico sensacionalista que sale los viernes, El Extra –semanario popular, una maravilla de leer aunque reporte uno que otro robo o accidente de motos, exagerados a morir, con titulares como “Casi me desangro”, “Las cámaras pillaron a alias Colgate”, “Marylin sufrió accidente cerebro bascular (sic), “Policías piden medidas drásticas contras los picós –equipos de sonido que derriban techos”, o “Arquitectura isleña en ruinas”. Curiosamente, el semanario es publicado por la misma empresa periodística que cada martes da a luz The Archipielago Press, donde se tratan en profundidad los asuntos serios de la región, aunque no se despega de asuntos judiciales, como por ejemplo el absurdo contrabando de yerba, con el título de “Marihuana en los genitales”, de dos mujeres que venían de Cali. Ilustres plumas opinan en las páginas editoriales con texto in-extensos, entre ellos uno titulado “¿Qué piensan hacer con nosotros?”, del doctor Daniel Newball, acerca del abandono en que el gobierno central mantiene al departamento, o las cartas de los lectores enojados que se publican íntegras.
En un carrito de golf que llaman Mule, una marca de Kawasaki, recorrí la isla de arriba abajo mientras el conductor, un antioqueño de 79 primaveras, me daba una clase magistral de historia y geografía. “Desde que el gobierno le entregó hace dos años a Nicaragua los 75 mil kilómetros de mar, lo único que ha hecho el presidente es mandar a cementar todas estas carreteritas: estaban todas en perfecto estado con el pavimento gris, lo destruyeron todo para hacer las vías en concreto”. Soy testigo de la “incementación”, mientras viajo en el carrito viendo a lado y lado todas las casas, casotas y casitas que conservan todavía el estilo “raizal” lleno de colores combinados al imposible, África pura, justamente como los mezclaba en sus mañanas de mezcalina el pintor “Kat”, un bogotano también nadaísta que vivió en la islas durante años, y algunas de cuyas obras cuelgan como van goghs exiliados en el vestíbulo de mi hotel. Aquí entre nos, y aunque sea una propuesta de traición a la patria, pienso que San Andrés debería independizarse de Bogotá y a los isleños les iría divinamente con el turismo internacional: había argentinos y gringos y españoles y alemanes por todas partes. Al filo de la medianoche, iluminado mi balcón por un cuartito de luna, veo de reojo en el canal Tele-Islas una entrevista con un antiguo (95 años) músico de la santísima Providencia, que canta en inglés, francés y españiard la mejor canción que se ha escrito sobre San Andrés, y que sólo dice “sueñan las islas como ángeles, sueñan las islas como ángeles, sueñan las islas como ángeles”. No salgo del asombro ni siquiera para despedirme.
[email protected]