Internet, ese gran invento de la humanidad, nos brinda todo el conocimiento y toda la verdad, pero también toda la mentira. Y el impacto ha sido impresionante, más allá de lo imaginado.
¡Un momento! ¿No se suponía que Internet iba a tener un impacto extraordinario sobre la humanidad, porque todos tendríamos la totalidad del conocimiento humano al alcance de un clic?
Y bueno, sí, lo tenemos. Todo el conocimiento. Toda la verdad, incluso. Pero también está, abierta o camuflada, toda la mentira. Y sí, el impacto ha sido impresionante, más allá de lo imaginado.
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Pero resulta que gran parte de los usuarios está allí no por su necesidad de aprender o informarse, sino por su necesidad de pertenecer. Porque pertenecer a un grupo, sentirse apreciado dentro de él, es una necesidad muchísimo mayor que la de encontrar la verdad.
En una era de tantas necesidades individuales y colectivas, las redes sociales son el vehículo perfecto para obtener validación y significado. Logros que se alcanzan a través del número de likes y reenvíos.
Y, sobre todo, las redes son perfectas para crear y consolidar esa sensación de que nuestro mundo está a punto de terminar, porque hay otro grupo que está totalmente concentrado en destruirnos.
En el conflicto actual en Colombia, el Gobierno intenta convencer a los líderes de las protestas de que las suspendan. Se desvive por mostrarles estadísticas sobre lo que se ha hecho en materia de educación, subsidios, mayores impuestos a los ricos y a las empresas, retiro de reforma tributaria, renuncia del ministro, etc.
Como si ellos realmente estuvieran interesados en una discusión racional, en aprender, en ponerse en los zapatos del otro, o en conocer y reconocer verdades. Verdades que en condiciones normales -con ambas partes interesadas en encontrar puntos comunes- conducirían a un acuerdo.
Pero no. ¿Acaso un cambio de opinión, o, al menos, conceder un ápice de razón al “enemigo”, generará un aplauso o un like de sus seguidores? No, la verdad nunca es taquillera en un escenario de polarización.
Para redes sociales polarizadas, un acuerdo es una derrota. La polarización nos ubica en tribus enfrentadas, y la rabia, acrecentada por las redes, nubla la lógica y borra los límites de un diálogo civilizado. El triunfo solo se alcanza por medio del linchamiento público y la aniquilación del adversario.
Más que opinión informada, vemos hinchas furibundos y en pie de lucha. ¿Y cuándo un hincha de Medellín convenció a uno de Nacional de cambiarse al rojo con estadísticas y argumentos lógicos?