Sentado a la entrada de una cueva un anciano dicta a su discípulo. La cueva está en lo alto de un cerro en la isla de Patmos. El anciano, él mismo lo dice, se llama Juan; su libro es uno de los más fantásticos y alucinados de que se tenga noticia. El autor nos cuenta que está en Patmos, desterrado por las autoridades imperiales de Roma. Corren los tiempos de Domiciano: tiempos de persecución y de martirio. Los doctores de la iglesia, sin mucha convicción, han identificado a este hombre con el apóstol Juan, el cuarto evangelista; y su libro fue aceptado por el IV Concilio de Toledo en el año 633, como uno de los textos canónicos.
El autor comienza reprochando a las iglesias cristianas la tibieza de su compromiso con la doctrina y su tolerancia con los ritos paganos y con las herejías, como la de los nicolaítas, la de Balaám, la de “esa mujer Jezabel que se dice profetisa” y la de aquellos que “se dicen Judíos y no lo son, sino que mienten”. Los adeptos a estas doctrinas fornican y comen lo sacrificado a los ídolos; son pues lujuriosos e idólatras. Juan decide atemorizar a los fieles para apartarlos de estos pecados horrendos. Todavía hoy las visiones catastróficas y demoníacas que describe, nos resultan aterradoras.
La simbología numérica del Apocalipsis gira en torno al número siete, que aparece por todas partes: siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete iglesias, para citar solo algunos ejemplos. La importancia del número siete en la teología deriva seguramente de los siete días de la creación que menciona el Génesis. El siete es número divino pues el séptimo día descansó el Señor.
No obstante la importancia del siete, el número que obsesiona a muchas personas es el seis, que solo aparece una vez en todo el libro; es un pasaje que dice: “El que tenga inteligencia calcule la cifra de la Bestia, pues es cifra de hombre. Y la cifra es seiscientos sesenta y seis”. Tengo para mí que la expresión “es cifra de hombre” se refiere a que, como el hombre fue creado el sexto día, su cifra es el seis. Otros han pensado que la expresión significa que el nombre de una persona específica está codificado en ese número, con lo cual quedaría demostrado que esa persona es la Bestia misma, Satanás. Multitudes de barbados cabalistas, desvelados ocultistas y de entusiastas aficionados, han hecho ingentes esfuerzos para lograr que el nombre de una persona o de una institución con la que no simpatizan, luego de someterlo a ciertos procedimientos y cálculos, dé paso finalmente al infame 666. La lista de los escogidos para sufrir estos procedimientos es vasta: Nerón, Hitler, el Vaticano, la Iglesia Católica, la Unión Soviética, el comunismo, los Estados Unidos, Stalin, el papa y muchos otros.
No obstante lo anterior, algunos sostienen que el seis es el número más perfecto después del siete, pues el día sexto fue creado el hombre, “a imagen y semejanza” de Dios. También Vitruvio, en tiempos de Augusto, escribió: “El número perfecto y final es el número seis”. La sexta carta del Tarot es Los Amantes, que simboliza amor y abundancia, lo cual no parece nada satánico; y en general se acepta en la numerología que el seis representa la creación del mundo, la armonía y la belleza de la naturaleza. En la antigüedad grecolatina el seis estaba consagrado a Afrodita.
El Apocalipsis relata la caída de los enemigos de la cristiandad, el castigo de sus seguidores después del juicio final, y el advenimiento de un estado beatífico representado por la Jerusalén Celestial. Los enemigos de la cristiandad son, como se sabe, las herejías, la idolatría y la lujuria; pero hay otro enemigo, que es como el hogar y la madre de los otros, y al que no se designa por su nombre: el imperio romano. Conviene recordar que Juan está en Patmos desterrado por las autoridades romanas, y que durante ese primer siglo los cristianos han sufrido grandes persecuciones, especialmente por cuenta de Nerón y Domiciano. La destrucción del templo de Jerusalén llevada a cabo por Tito (no obstante ser un templo judío, no específicamente cristiano) y la total devastación de la ciudad, debían ser heridas abiertas muy dolorosas. Dice Flavio Josefo que hubo más de un millón de muertos en la acción y que casi cien mil judío fueron esclavizados. Seguramente exagera los números, pero en todo caso la toma de Jerusalén fue una acción brutal. Tito se negó a recibir una corona de victoria que el senado romano decretó para él; no sentía ningún orgullo por haber llevado a cabo esta acción.
Lo más probable es que el 666 sea pues, de alguna manera, una alusión a Roma. Las letras usadas por los romanos para representar los números, excluyendo la M de mil, son: D (quinientos), C (cien), L (cincuenta), X (diez), V (cinco) y I (uno). Estos son pues los números romanos o, dicho de otro modo, el número de Roma; y es significativo que el número que se forma con la sucesión ordenada de estos símbolos (DCLXVI) es justamente, 666. Me refiero, claro está, al número seiscientos sesenta y seis, no a la sucesión seis, seis, seis, la cual se expresaría VI, VI, VI.
Pero el texto estaba escrito en griego, y en esta lengua 666 se escribe χξϛ΄(la letra “ji” para seiscientos, la letra “xi” para sesenta y la letra “digamma” para el seis), lo cual resulta decepcionante pues no se obtiene la simbología del sistema numérico romano, ni la secuencia reiterativa del seis que aparece con la notación moderna. En todo caso el seis, sin importar la notación en que esté escrito, es el número de Afrodita y por ello es también el número de la lujuria, uno de los enemigos de la cristiandad según Juan.
Hay otro indicio que favorece mi hipótesis: la Bestia tiene siete cabezas, y dice Juan que estas son siete montañas. Para mí son las siete colinas de Roma, evidentemente.
Desde el punto de vista numérico el 666 tiene algunas propiedades interesantes; escojo dos: la suma de los primeros 144 decimales de pi suman 666; lo mismo ocurre con los primeros 144 decimales de Phi, el número de oro. Esto es notable, dada la aleatoriedad de los dígitos de estos dos ilustres números; y mucho más si se considera la coincidencia del 144, el cual es igual a (6×2)2 . Agrego otra: la suma de los cuadrados de los primeros siete (el número divino) números primos da 666. Siquiera por las bellas propiedades del 666, me gustaría vindicar este número.