Las últimas semanas en Colombia han estado marcadas fuertemente por la decisión de la Corte Suprema de Justicia de dictarle medida de aseguramiento al expresidente y ahora exsenador Álvaro Uribe Vélez. Como consecuencia de ese hecho, hemos visto en el país manifestaciones airadas de todo tipo, sin importar las ideologías políticas: voces que exigen garantías para el político antioqueño, voces que demandan su linchamiento jurídico y voces que gritan sin entender muy bien los hechos.
Ese estado de alteración me llevó a pensar en una película que recién vi meses atrás, la excelente recomendación de un amigo que ahora me siento en la necesidad de transmitir al lector de este texto. En 1957 Sidney Lumet, el famoso director estadounidense que nos brindó dos obras como Sérpico (1973) y Tarde de perros (1975), en las que supo brillar la figura del mítico Al Pacino, debutaba como cineasta con una cinta que mostraba ya de entrada su carácter y habilidad: 12 hombres enojados.
La ópera prima de Lumet presenta al espectador una película de apariencia
sencilla: una historia sin muchos embrollos en su construcción narrativa (por lo
menos a simple vista), desarrollada en una sola locación, y sin formalismos de
cine mucho más elaborados. No obstante, que no se confunda eso con
mediocridad o facilismo. Por el contrario, 12 hombres enojados es una muestra de
manejo de recursos fantásticos, de capacidad demostrada por parte del director y
de elaboración precisa y prolija.
Recomendado: El cine se convierte en una vía de escape en la pandemia
El argumento de la película es, como dije, poco complejo: 12 hombres, jurados en un juicio por homicidio, deben sentarse a discutir y decidir si el joven acusado de haber asesinado a su padre es inocente o culpable de los cargos. La vida de un muchacho depende de la decisión de estos 12 hombres que, a través del diálogo
que sostienen entre sí, mostrarán sus propias inclinaciones, temores, rabias, tristezas y deseos de justicia marcados o dirigidos por la misma obligación de
dictar ‘sentencia’.
Lo interesante, por supuesto, no está entonces en ese argumento ‘simple’, sino
en la elaboración de la trama que propone Lumet. 12 hombres enojados es una
pieza que explora la humanidad, la capacidad racional de las personas para
discutir y hallar la verdad en los hechos más allá de las posturas personales y los
deseos de evocar en una decisión las necesidades punitivas. Es un manifiesto por
la razón, un manifiesto filmado de una hora y 36 minutos.
¿Cuál es, quizá, el truco? Que el director nos sitúa no bien como testigos de la
discusión, sino casi como partícipes de la misma. Lumet encerró a 12 hombres en una habitación y a nosotros con ellos. Somos parte del diálogo, y sentimos,
conforme pasan los minutos, la tensión que se genera allí, el calor (elemento
narrativo fundamental, una metáfora ideal que se certifica efectiva de la intensidad
interna de los personajes y su disputa) y la necesidad imperante de hacer
prevalecer la razón sobre los prejuicios.
El uso de la cámara y los planos son muestras del efectismo manejado por
Lumet: sabe moverla a placer por toda esa habitación pequeña, y logra darle
dimensiones justas a lo que precisa narrar, cuando decide hacerlo. De esa
manera, pasamos de un hombre a todos los hombres en el momento en que es
necesario; los encuadres resultan fundamentales, más que para entender lo
general de la historia, para entender a los personajes y sus conexiones entre sí.
Magistral, pensando que no nos permite olvidar que estamos viendo cine, aun
cuando podría parecernos una obra teatral.
Importante es también la dirección de los actores, pues se logra compaginar de manera extraordinaria 12 interpretaciones diferentes, ajustadas al guion y al
sentido de la narración. Es menester resaltar las actuaciones del impecable Henry
Fonda, faro moral y estrella absoluta de la película (hace lo que quiere con su
papel, y lo hace de manera perfecta), y del irascible jurado interpretado por Lee J.
Cobb, el hombre que lleva la carga más emocional de la cinta. Un lujo ambos
actores, un deleite ambos personajes.
Si mi amigo me preguntara, le diría sin pensarlo que 12 hombres enojados es
una pieza maravillosa para ver a la luz de lo que ha sucedido en nuestro país en
estas semanas convulsionadas. Nos enfrenta, cuando menos, a una reflexión
necesaria: los hechos no son siempre tan claros como parece y no hay sociedad
que pueda funcionar partiendo de los prejuicios y las iras contenidas; es necesaria
la calma y el acto de escuchar al interlocutor.
Si ustedes preguntan, yo les diré que es una gran película para ver en
cualquier tiempo, más allá de los hechos actuales y el momento agitado, que
sirvieron solo como excusa fácil para regresar a 12 hombres enojados, para
disfrutarla y ver cine ‘clásico’, para encontrar en una obra relativamente antigua el deleite de ver cine hecho con maestría.
Por Juan Pablo Pineda Arteaga