Y del balance de 100 días hay conclusiones. La más atada a la coyuntura: no puede ser que el tema ambiental aparezca como crítico. No se trata de un terremoto, es la crónica de un fenómeno anunciado por muchos años y por estudios serios.
El manejo de la “urgencia” evidenció una vez más que Medellín no puede administrarse sin incluir los impactos que recibe o genera a su vecindario, y que para esto es preciso entenderse con el Área Metropolitana, Oriente y Occidente. Los desaciertos producto de la falta de políticas de integración regionales, no son atribuibles al alcalde Gutiérrez, pero hoy demandan una solución prioritaria.
También se evidencian contradicciones entre el Alcalde y sus propios funcionarios u otras entidades. Afectan la confianza ciudadana y dan señales de improvisación y desconocimiento, hasta dudas sobre quién manda. La restricción del licor en sitios públicos, la suspensión de la operación instructiva del tranvía o la gratuidad en el uso del metro, son ejemplos.
Medellín cómo Vamos plantea interrogantes sobre el diagnóstico base para el Plan de Desarrollo. Presenta desde vacíos en la formulación de indicadores hasta errores de concepción o falta de objetivos concretos. No se puede confundir el modo con el objetivo. Por ejemplo contabilizar eventos de ciudad no es indicador suficiente para medir la transformación del Centro.
Los procesos de contratación también generan alerta, en especial en infraestructura. Es clave una vigilancia para que las deficiencias y la falta de información indispensable no constituyan “imprevistos” para los contratistas. Son además una puerta abierta a extracostos, decisiones técnicas improvisadas, reclamaciones entre contratistas y el Estado, mala calidad y corrupción.
Ojalá que el Alcalde Gutiérrez pueda usar su alto nivel de aceptación para fortalecer la cultura ciudadana y facilitar el avance de otras iniciativas, que logre la aprobación de un Plan que incluya los lineamientos del nuevo POT y que avance en las sentidas exigencias de integración regional.