Yoko Ono y las toronjas vengadoras
De muchas de estas cosas pero más de ninguna también hablaremos en una lecture titulada Yoko Ono TORONJALUNA Sucediendo, el martes 4 de junio a las 6:30 pm en el Mamm
Por José Gabriel Baena
Fue por allá en el año 1970 cuando, entrando en mi adolescencia, conocí el “arte conceptual” en la Segunda Bienal de Coltejer: el primer premio se lo llevó Bernardo Salcedo con su por entonces asombrosa obra Hectárea de Heno: 500 grandes bolsas de poliuretano transparente rellenas de paja húmeda recogida en algún arrozal cundiboyacense. Si en la primera Bienal del 68 la sentencia a muerte de la pintura “clásica” en Colombia la había decretado Luis Caballero con un gran políptico sexual-transgresor (hoy en el Museo de Antioquia), Salcedo le aplicó su muy gracioso tiro de gracia o de desgracia con su hectárea de paja, para ofuscación de los críticos de aldea. Fue la primera vez que en Colombia, dicen, se presentó una “instalación”, unos quince años después de que en Europa y Norteamérica el “concept art” hubiera abierto su fuego lento. Entre los grupos o movimientos que lo practicaban se encontraba el “Fluxus” –de Nueva York a Londres- al que pertenecía la pequeña japonesa Yoko Ono, junto con figuras como los músicos John Cage y Toshi Ichiyanagi, Morton Feldman, Richard Maxfield, Merce Cunningham. Con formación en filosofía, poesía, composición musical, en 1955, a los 22 años, Ono había presentado su Lighting Piece, uno de los primeros ensayos de los “bocetos o guiones de eventos” y el resto de ese decenio se la pasó en lecturas ante pequeñas audiencias sobre diversas formas del arte japonés, recitales de su propia poesía, miniconciertos desconcertantes y fabricación de origamis sin fin. A principios de los 60, Ono sigue desarrollando esta clase de “eventos” que se esfuman prácticamente con solo susurrarlos o escribirlos o tocarlos; quedan algunas fotos desvaídas. En 1964, Ono publica en Tokio su famoso libro de instrucciones o guías de obras titulado Grapefruit –Toronja– y realiza performances o interpretaciones de algunas de ellas como la célebre Cut piece donde permite que el público le vaya cortando el traje hasta quedar desnuda, mientras ella permanece inmutable sentada en un escenario teatral, o como las envolturas de ella en lona oscura, precursoras de los trabajos de Beuys y, más allá, del Christo búlgaro. Y Ono siguió haciendo cajas que no contenían nada, conciertos con músicos envueltos como momias, obras de cámara con sólo un grito primario, performances de días enteros donde tampoco sucedía nada, pinturas para ver a través de agujeros, dispensadores de aire o de humo, sus famosas películas de tres segundos o monstruosamente largas y silenciosas donde solo aparecían nalgas, piernas, rostros, moscas, nubes. Su encuentro con el “Beatle” John Lennon en 1966 dispara su vida profesional, hasta la tragedia de 1980, no diré cuál. Y su vida se centra entre el cine incomprensible y la música pop-rock con su adorado John y mucho más después de este.
Personalmente encuentro que el arte conceptual de Yoko Ono, quien está rodando por sus ochenta años en este 2013, fue siempre una práctica extraordinaria de humor agudísimo y política subliminal –como el de Salcedo en Colombia–, pero también una cortante y eficaz herramienta de poesía oriental emparentada y del brazo en la música con el Budismo Zen, el silencio, el amor. De muchas de estas cosas pero más de ninguna también hablaremos la editora de Vivir en El Poblado, Luz María Montoya, y este cronista en una lecture titulada Yoko Ono TORONJALUNA Sucediendo, el martes 4 de junio a las 6:30 pm en el Museo de Arte Moderno. Pueden los interesados llegar una hora antes, mirar la pantalla blanca hasta que se vuelva negra y degustar imaginariamente la instalación previa con el retorno de 333 toronjas vengadoras en una producción general de “Baena Films y Los Ardientes Labios”.