Desde los inicios de esta provincia, los medellinenses hemos sido capaces de trabajar juntos y revueltos. Somos un proyecto colectivo de ciudad.
Ocurrió hace 220 años: el rey Carlos IV concedió permiso a la Villa de la Candelaria para fundar el convento de San Francisco, de donde nació, años después, la Universidad de Antioquia. Trece años llevaban los vecinos de la Villa recogiendo esfuerzos y recursos para poder contar con “una escuela de Primeras Letras, Aula de Gramática y Cátedra de Filosofía”. El comerciante Juan José Callejas puso 4 mil castellanos de oro, Juan Salvador Villa compró una casa, y los vecinos hicieron convites los fines de semana para aportar horas de trabajo. La Universidad de Antioquia, entonces, nació como un esfuerzo colectivo de los vecinos de la Villa de la Candelaria.
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Lo mismo ocurrió con la Sociedad de Mejoras Públicas: en 1899, surgió con la anuencia de empresarios y comerciantes de Medellín, que apoyaban al Estado en la concepción y ejecución de obras públicas. De esa juntura nacieron, por ejemplo, la Escuela de Bellas Artes, y el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe. Y qué decir del Museo de Antioquia, que germinó hace 140 años, a partir de una idea del médico y geógrafo Manuel Uribe Ángel y del político Martín Gómez. ¿Y el Hospital San Vicente de Paúl? También. Fueron muchos los fondos recogidos por filántropos antioqueños, encabezados por el empresario Alejandro Echavarría Isaza.
En Medellín, lo hemos demostrado varias veces, es el trabajo codo a codo el que nos ha salvado.
Si hay algo que podríamos llamar antioqueñidad, no es el carriel, ni las alpargatas, ni el collar de arepas. Es esa capacidad de unir fuerzas distintas, para trabajar juntos en sacar adelante ideas, proyectos, carreteras… Desde los inicios de esta provincia, hemos sido capaces de hacer consensos. En los años 90, el periodo aciago de la violencia del narcotráfico en la ciudad, fue nuestra capacidad resiliente la que nos ayudó a salir adelante: alrededor de la Consejería Presidencial para Medellín, dirigida por Maria Emma Mejía, se unieron, otra vez, el gobierno, las universidades, las ONG, las organizaciones civiles y comunitarias, y los empresarios, en la búsqueda de soluciones comunes.
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En Medellín, entonces, lo hemos demostrado varias veces, es el trabajo codo a codo el que nos ha salvado. Cada cual ha puesto su grano de arena, en recursos o en gotas de sudor; en obra o en pensamiento. Cuando lo necesitamos, somos capaces de trabajar juntos y revueltos. ¿De cuándo a acá se empezó en Medellín a satanizar el convite? Desde un despacho oficial se clasifica y separa con pinzas a quién se escucha y a quién no (a este sí, a este no).
Hay que recordarles que aquellos que etiquetaron en el saco “a este no” (que porque son empresarios de toda la vida, que porque hacen veeduría, que porque critican…), han sido los que han puesto los castellanos de oro, porque pueden y quieren; o los que han diseñado, con su pensamiento, la ruta y los planos de la obra; o los que han construido el día a día en los barrios. Todos hemos aportado mano de obra para levantar los cimientos de lo que somos. ¿Y qué somos? Un proyecto colectivo convertido en ciudad.