Y… acá te lo vengo a entregar

De nuestros primeros años de estudio aprendimos que los cuentos tienen inicio, nudo y desenlace, momentos fundamentales para dotarlos de estructura y propósito. Hace un tiempo expresé que para contar lo que nos pasa en el Hospital San Vicente Fundación debía ir por partes, sin otra intención que honrar la forma en que tienen lugar las situaciones que nos acercan a la intimidad y la vulnerabilidad de tantas familias. 

Las festividades de fin e inicio de año sorprenden, iluminan, alegran. En el Hospital es una fecha muy especial porque todo se alborota. No solo en las casas las fiestas son ocasión para encuentros e intercambios de regalos, para expresiones de afecto y mensajes de buenos deseos. Aquí, en los pasillos y las habitaciones, es igual. 

Al tiempo que se acentúan nostalgias, soledades y ansias de estar en otras circunstancias, múltiples historias se tejen y crean un entramado de emociones que hasta al más distante le toca sus fibras. Recorrer las salas y ver cada habitación llena produce un sinsabor y un cuestionamiento a la justicia: ¿debería pasar alguien estas festividades en una cama de hospital? Y bueno, son más de quinientos alguienes los que así vivieron estas fechas. 

No obstante, a pesar de estos sentimientos encontrados, nos llegan personas, fundaciones, familias, grupos de amigos que comparten su dicha y hacen que sirva de puente para que niños y adultos del Hospital se reencuentren con el color, el bullicio y la alegría. Valga este espacio para decirles nuevamente ¡gracias!, porque con su presencia es posible encontrar balance y rescatar belleza en medio de lo agridulce de la temporada. 

Hay también otras situaciones, anécdotas si se quiere, que nos dejan perplejos porque, volviendo a la estructura del cuento, es difícil conocer el inicio y el nudo, pero el desenlace nos desconcierta, nos sorprende, nos devuelve la confianza en el equilibrio y la justicia. Un inicio común es la llamada de Santa, uno de los vigilantes del Hospital, que se ha convertido en anfitrión y guardián de los que vienen a traernos una donación. Cuando recibimos su aviso, vamos directamente a buscar al donante y le acompañamos durante las entregas. Es ahí cuando empiezan las conversaciones con las que conocemos un poco de sus vidas: 

Nos ha llegado esa mamá que cada año agenda su visita al Hospital y nos vuelve a recordar: voy a cumplir mi promesa. Cada 24 de diciembre como un ritual inquebrantable llega a la sala a celebrar la Navidad con las mamás que acompañan a sus hijos. Cena y regalos amenizan el encuentro. 

A aquella señora le devolvieron un copago muy grande de su tratamiento y entonces… Acá te lo vengo a entregar… Se lo deja al Hospital porque aquí le salvaron la vida, y no solo a ella: recuerda entrañablemente a su compañera de habitación, “¡nos hicimos amigas!”.

Vino una maestra que nos cuenta que ya está pensionada y aunque gana el mínimo vive muy bien; estos meses no había tenido para ayudar, ¡pero le pagaron la primita!, y nos dice: acá te lo vengo a entregar… porque a su hijo lo cuidaron con amor unas décadas atrás.

El señor vive en un municipio alejado de la ciudad. De tanto en vez nos llama para decir que ahí nos mandó un cariñito, y que ojalá fuera más. Cada año envía dos donaciones generosas y esto lo hace porque del Hospital recibió todo cuando tuvo su problema en la columna. 

Estas historias, como cuentos, tejen inicios, nudos y desenlaces en un orden paradójico. Tienen lugar en el Hospital, se entrelazan con las situaciones extraordinarias que han vivido tantas familias y que para nosotros son sucesos que nos devuelven la esperanza y la confianza en la solidaridad.

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