Watermelon Slim

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Watermelon Slim
El músico americano estuvo unos días en Medellín compartiendo su particular estilo de tocar la guitarra

Watermelon Slim aprendió a tocar la guitarra mientras se recuperaba en un hospital de Vietnam, con un instrumento de cinco dólares hecho en balso y con una pajuela cortada de una lata de café. Dice que desde entonces su técnica empezó a ser cada vez más profunda, hasta los años 70. “Desde ahí ha sido lo mismo. Soy un músico del siglo 20”, dice Watermelon Slim con una sonrisa a la que le faltan más de ocho dientes.

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A pesar de ser un veterano de la guerra de Vietnam, Bill Homman, conocido como Watermelon Slim (sandía delgado en inglés), compone canciones alegres sobre el trabajo y las relaciones humanas. Dice que ha dejado de escribir sobre la guerra, pero no es porque haya cerrado ese capítulo. De hecho, su tiempo libre lo dedica trabajar con veteranos de las guerras de Vietnam, Afganistán e Iraq, y al activismo contra cualquier actividad bélica.

Sus canciones, influenciadas por los géneros de blues, country y gospel –todos originarios del sur de los Estados Unidos– hablan mucho del trabajo porque, según él, antes de existir el género blues, existía la música de trabajo. De su infancia recuerda con perfección cuando la empleada doméstica, en su casa en Carolina del Norte, cantaba canciones mientras organizaba el hogar, evocando el trabajo de los esclavos negros que habían llegado a América de Norte y quienes pasan largas tardes en los cultivos de algodón. “El blues estuvo presente en mi vida desde antes de saber qué era eso”, dice Watermelon Slim.

Es un hombre alto y delgado, viste camisas brillantes de colores eléctricos y jeans viejos, rotos y sucios. Su pelo rubio ya lleva muchas canas, solo visibles cuando ocasionalmente se quita la gorra. Mientras prepara sus instrumentos para dar una clase maestra en el bar Trilogía, utiliza el poco vocabulario que conoce en español; el que no, lo inventa agregando la letra o las palabras en inglés.

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De su maleta saca una peinilla, una mini botella de whiskey, una candela Zippo, un pincel, una pequeña escultura -recuerdo de uno de sus múltiples viajes- y otra docena de objetos con los que tocará la guitarra. Toca sentado -con la guitarra acostada completamente sobre sus piernas-, o de pie, con ella sobre una mesa. Con la mano izquierda rasga las cuerdas mientras entona las letras de sus canciones y algunos covers de John Lee Hooker y de Jimi Hendrix.

El canto y la música lo han acompañado en todas su profesiones. Desde el cultivo de sandías (de ahí su apodo) al periodismo y a la conducción de camiones. Cuenta que en el camión siempre le canta a la línea discontinua de la carretera; piensa que, como su vida, pronto ha de terminar en el punto de llegada. Tal vez no le resulta tan fácil deshacerse de la idea de la muerte.

Aunque el periodismo no le ejerce ahora, le gusta mucho escribir y se siente orgulloso de haber obtenido una beca de esgrima y haber pagado más de 50 mil dólares de su propio bolsillo para volver a la universidad, a los 37 años, y terminar dos maestrías (matemáticas e historia). El estudio lo había abandonado cuando se enlistó para Vietnam. Ahora escribe en su blog, aunque se queja de que todo el mundo lee únicamente lo que hay en Facebook y Twitter.

También se queja de las personas que oyen rap, hip hop y música electrónica. “No usan instrumentos de verdad, por eso mi música siempre le atraerá a la gente que quiere música real”, dice Bill con un poco de desespero. “Sé que nunca llenaré grandes estadios”, finaliza, convencido de que por su edad (60 años), por la falta de seguidores en su género y porque no se considera un gran músico en cuanto a la técnica, jamás logrará llenos totales en amplios espacios.

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