Con el primer redoble de la batería, quienes ya andaban por este mundo a mediados de la década del 60 sintieron sacudirse su disco duro. Eran Los Yetis, los inconfundibles, y aquello que sonaba era nada menos que su himno, Ametrallando, un tema instrumental que los identificaba en aquel apogeo de la Nueva Ola.
Segundos antes de este redoble, el desconcierto del público lo percibieron y lo entendieron los mismos Yetis al subirse al escenario. No había duda de que parecían en el lugar equivocado presentándose en una Parada Juvenil, pues si bien habían sido jóvenes rebeldes, de eso hacía ya mucho tiempo y ahora, para hablar sin rodeos, al primer impacto no eran más que un grupo de sesentones.
Muy rápido, sin embargo, demostraron que su veteranía iba más allá de las canas y los kilos de más o de menos y que esa esencia que los hizo célebres y que partió la historia musical de Medellín en dos seguía vigente. Que los vieja guardia vibraran con quienes durante su juventud fueron símbolos de cambio y música moderna no era raro, pero lo que sí resultaba inaudito era que los más jóvenes entre los jóvenes no solo corearan sus canciones sino que poguearan con ellas, bailaran en círculos y se dieran codazos al ritmo de La chica del billete, Shimmy shimmy ko ko bop, Hanky panky, La bamba, Despierta Lorenzo y hasta de baladas como Conocerte mejor, por solo mencionar algunas.
La memoria de las viejas generaciones se activó aún más cuando supieron que en el escenario, cantando para ellos, estaba Juan Nicolás Estela, ídolo de la Nueva Ola, tanto como solista como integrante de la banda. Por él se enloquecían en los 60 las jóvenes más lanzadas de Medellín y del país, se le metían en el cuarto de los hoteles, lo esperaban en las afueras de los teatros, se le presentaban en osadas minifaldas a la salida de las emisoras o de los estudios de televisión en Bogotá. Juan Nicolás era la figura, pero también tenían su encanto Juancho López y Luis Fernando Garcés, ahora con él en el escenario, al igual que el inolvidable Iván Darío López, fallecido en 2003, y Norman Smith y Hernán Pabón, quienes hoy viven en La Florida. Tenían clubes de fans, recibían cientos de cartas, firmaban miles de autógrafos, de discos y de fotos y llegó el momento en que en Medellín tenían que salir a escondidas y de noche porque donde llegaban causaban revuelo, paraban el tráfico e infartaban locales como Versalles, El Astor y Fuente Azul, en Junín.
Total, el concierto fue un éxito, el público quedó empezado y Los Yetis felices, convencidos de que era el momento de hacer lo que hacía tiempos les rondaba en la cabeza: regresar, pero completos, con Juan Nicolás Estela, radicado en Cali hace muchos años.
“Yo me puedo venir para Medellín porque en Cali no tengo perro que me ladre”, nos dice Juan Nicolás mientras caminamos con los cuatro miembros principales del grupo por Ciudad del Río. El más joven es el guitarrista Víctor Acevedo, de 39 años, quien entró en reemplazo de Iván Darío, y al que felicitan por conservado cuando cuenta que es de Los Yetis. “Llenar este espacio es para mi un orgullo. Lo que los muchachos de ahora tienen que saber de Los Yetis es que abrieron la brecha para nosotros los rockeros de los 80, los 90 y los de hoy”. Como dice Jorge Montoya, otro músico de Medellín, “Los Yetis son leyenda. Muchos conocimos primero el rock con ellos que con los Stones, eran muy buenos haciendo las versiones de Los Beatles y más de uno oyó sus versiones primero que las originales”.
Hablar con Los Yetis no es tarea fácil. Sin exagerar, son unas plagas, mamagallistas, se ríen a carcajadas, se quitan la palabra y recuerdan un sinfín de anécdotas simultáneamente. No podemos entonces dejar de imaginarnos cómo serían hace 45 años, cuando Juan Nicolás, dada la fama de Don Juan adquirida, no tenía entrada ni a la casa de su novia. “El papá me abría y yo le decía buenas noches, por favor Patricia? -Está, pero no para usted”.
Juancho López tampoco se quedaba atrás. “Yo caía gordo por empalagoso, cansón y por picao. Ah, yo quería ser artista, qué pena”. Y parecerse a Elvis Presley, al punto que para un concierto “como no me salían patillas me corté todos los pelos del antebrazo y me los pegué con Cemento Duco. Ríase para quitármelo”.
Siguen siendo tan amigos como antes, pese a que a Juan Nicolás lo echaron del grupo en el 67, un año antes de disolverse, porque resolvió enamorarse y casarse en Cali y ya no quería saber nada de Los Yetis.
Durante todo este tiempo anduvieron caminos distintos: Juancho López fue instructor de conducción, Luis Fernando Garcés vendió discos por toda Antioquia y hoy los produce y Juan Nicolás, quien estudió licenciatura musical y mercadeo y publicidad en La Florida, tiene una disquera y sigue siendo compositor.
Ahora están decididos a estar juntos de nuevo, ya sí, hasta que la muerte los separe.