Viajamos para ir de lo uno a lo múltiple

Una de las muchas formas de aprendizaje acerca de convivencia se da mientras viajamos por el mundo, y tenemos la oportunidad de comparar las distintas formas de ser, estar, sentir, expresar y actuar. Cada cultura que vamos conociendo y comprendiendo tiene sus particularidades, ritos, prácticas y costumbres que agregan valor a nuestra mirada intercultural, para comprender con claridad la amplia y compleja red de interrelaciones históricas, sociales, religiosas, políticas y lingüísticas.

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Viajando aprendemos que no se trata de clasificar con descarada simpleza entre bueno-malo, bello-feo, falso-verdadero, auténtico-artificial. Se trata, más bien, de irse arrimando a una idea de totalidad-fragmentación, de rica gama de grises entre el blanco y el negro para evitar el juicio apresurado, el prejuicio irrespetuoso, la valoración torpe. Es por eso tan patente, en clave de entendimiento y respeto, el permitirnos dudar de nuestra propia y segura mirada para poner nuestros juicios y valores en suspenso. Suponer que solo lo nuestro es lo valioso y verdadero es una forma de violentar al otro, de invisibilizarlo.

Una buena manera de no equivocarnos demasiado frente a diferentes creencias, lenguajes o costumbres es acercarnos a esos nuevos contextos culturales a través del cine, la literatura, el arte, la historia, para alcanzar un mejor disfrute y comprensión intercultural y también constatar lo ricamente distintos que somos. Es necesario entonces huir de la homogeneización y girar hacia lo más heterogéneo que agrega, completa, valoriza y mejora. El mestizaje y lo variopinto es un rasgo propio de nuestra intercultural idea en permanente interacción.

Viajamos para ir de lo uno a lo múltiple. Viajamos para entender que no somos el ombligo del universo. Viajamos para crecer en igualdad, equidad y dignidad. Viajamos para agregar los ojos de los otros a nuestros ojos y crecer en humanidad y sabiduría.

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Juzgar a los demás por su apariencia, credo, ideología, gustos, nivel académico o socioeconómico, es fuente de muchos prejuicios naturalizados y errores interpretativos y por eso la recomendación es ser muy lentos en ese juzgamiento para ir permitiendo que lo otro, lo distinto, lo aparentemente contrario, vaya ocupando su lugar y brinde su aporte a nuestra comprensión y entendimiento. Es algo más bien circular y no lineal, de unidad en la diversidad, de complejidad en lugar de simplificación .

Cuando viajamos aprendemos a ser generosos con la palabra para manifestar oportunamente nuestros deseos y necesidades y controlar los dolorosos e innecesarios malentendidos a raíz de naturales y distintas interpretaciones, y todo porque suponemos en lugar de preguntar. Vale la pena recordar que los demás no son adivinos y es por eso que debemos expresar con claridad y oportunidad las expectativas y emociones.

Saber viajar es estar preparado para lo incierto, lo inesperado, lo fluctuante y por eso la clave está en la posibilidad plástica de la adaptabilidad, para resolver creativamente los pequeños y grandes inconvenientes. El viaje es, de alguna manera, una danza que va variando al son que nos vayan tocando para adquirir la destreza, soltura y fluidez que garantizan el disfrute y el aprendizaje.

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