Agüeros los tiene todos. Quince días antes de cada carrera, elabora una lista de reproducción en su iPod, compuesta por aquellas canciones que le darán “poder “ antes de subir al carro y afrontar los vaivenes de la pista. La mañana de la competencia se levanta temprano, toma una larga ducha, usa medias y ropa interior roja (al revés). Una vez en el auto, donde la protegen una cantidad de imágenes religiosas y amuletos regalados por sus allegados, Manuela y los miembros de su equipo, el Rangoni MotorSports, revisan desde la posición de la silla hasta la telemetría, sistema que permite recolectar los datos de la pista. Nada es trivial, un detalle pasado por alto puede significar un segundo perdido.
La bella y carismática Manuela es piloto de autos de gran turismo. A base de talento y esfuerzo se convirtió en la única mujer y competidor latinoamericano en la Ginetta G50 Cup, un certamen monomarca que corre en Italia y Austria, y que sirve como plataforma para categorías superiores como la Copa Internacional Le Mans, Mundial de GT1 y el Campeonato Europeo GT3. En la Ginetta G50 Cup el nivel es alto, en ella compiten pilotos de primer nivel, como Alessandro Nannini, ex Fórmula Uno, que hizo parte de las escuderías Benetton y Minardi.
Foto cortesía Primer Plano Comunicaciones
Siempre entre ruedas
Estaba predestinada. Al menos eso se deduce del extraño antojo de su madre, Chiquinquirá Blandón, quien durante su embarazo urgía a su esposo a que la llevase –no menos de una vez por semana, según el papá de Manuela, Juan Manuel Vásquez– a una estación de gasolina para satisfacer el gusto por el olor a combustible.
“Siempre entre ruedas” así describe Manuela su infancia. En carros de rodillos, motos y cuatrimotos demostraba que la velocidad y la adrenalina eran su pasión y su vocación. Sin embargo, al graduarse en el Colegio Soleira, y ante las expectativas de sus padres y el temor al que dirán, estudió Diseño de Espacios en la Colegiatura Colombiana. Allí conoció personas que hacían lo que amaban sin concesiones, y esto la inspiró a perseguir su sueño. Con cartón en mano, pensó “ya le cumplí a la sociedad, es tiempo de cumplirme a mí”.
Sin conocer a nadie, centró su búsqueda en las páginas amarillas, pero no encontró lo que esperaba. Una mañana leyó en el periódico un extenso artículo sobre los kartistas en Medellín. La curiosidad la llevó al kartódromo. Mientras desde la entrada miraba ir y venir los karts, se ubicó por casualidad al frente de “quien en ese entonces era uno de los mejores entrenadores de karts en Colombia, Iván D’Angelo. Él me invitó pasar y poco después se convirtió en mi entrenador; en ese momento la historia comenzó”, recuerda Manuela.
A sus 23 años, debutó en el campeonato nacional de karts y obtuvo el tercer puesto. En su segundo año en la categoría fue subcampeona. Las pistas de España e Italia fueron sus siguientes paradas. Ante los buenos resultados obtenidos, representantes de la categoría Renault le ofrecieron la oportunidad de correr autos de gran turismo.
En la Renault Clio Cup y en la Copa Italia se destacó, particularmente en la segunda. Obtuvo dos pole position, subió al podio como segunda –en una ocasión–, y como tercera, dos veces.
Considera el paso a la Ginetta G50 Cup una decisión hacia adelante. “El Ginetta es un carro más completo que el Clio RS, tiene casi el doble de motor (el del Clio RS es 2.0 litros y el del Ginetta es 3.5), tiene 340 caballos de fuerza y desarrolla una velocidad máxima de 280 kilómetros por hora (el Clio RS tiene 210 caballos de fuerza y desarrolla una velocidad máxima de 230 kilómetros por hora)”.
Abrirse un espacio en un campo dominado por hombres es un reto que ha afrontado con valentía y madurez. “Siempre que llego a un nuevo equipo, hay hombres que de entrada no pueden creer que realmente yo pueda ser rápida, profesional y comprometida, pero cuando su percepción cambia y se dan cuenta que en el carro no hay un hombre ni una mujer sino un piloto, su compromiso es total”.
Para estar a la altura de estas circunstancias, Manuela trabaja mente y cuerpo durante meses, para aguantar las condiciones adversas que debe soportar un piloto adentro del auto, entre ellas el calor. “Para no perder aerodinámica, el carro es completamente cerrado. Las carreras todas son en verano, así que al interior del carro puede alcanzarse una temperatura de unos 65 grados centígrados, es decir literalmente un horno”.
Al conducir a una velocidad vertiginosa, las sensaciones son cambiantes: el estrés de perder los frenos en cada vuelta o el temor de ver que las condiciones climáticas empeoran, ceden ante la euforia de compenetrarse por completo con la máquina. “Es una experiencia espiritual, porque cuando esto ocurre, en verdad el carro y yo somos uno, es muy loco lo que en ese momento se puede alcanzar a sentir”.