Valles entrelazados

Gran parte de mi vida la he pasado yendo y viniendo entre un valle y otro, subiendo al altiplano de San Nicolás, tierra nativa donde se alza el cerro El Capiro, custodio fiel de poblaciones del Oriente cercano. Y bajando al valle de Aburrá, en busca de oportunidades… A la ciudad capital de los dorados sueños como diría la canción El provinciano.

En ese cambio de alturas, ires y venires, he visto con atención cómo se extienden los lazos que conectan y articulan dos regiones antioqueñas: “Ciudad de dos pisos” dirían algunos; “valles entrelazados”,  pensaría yo. En cualquier caso, la relación del valle de San Nicolás con el valle de Aburrá es indisoluble. Reflexionemos un poco acerca de esa unión de experiencias territoriales y lo que puede o debe potenciar el desarrollo del Oriente antioqueño.

Transitamos una época demandante en la ocupación del suelo, “están parcelando a Antioquia”, decía un comerciante en La Ceja del Tambo, mi pueblo,  cosa que no ha cambiado desde hace décadas. Y sumémosle otro agravante: ahora tenemos más población.

Bajemos al Valle de Aburrá y detengámonos a verlo desde el alto de Santa Elena. Si miramos la historia de su desarrollo urbano, éste ha sido el resultado de la conurbación de poblados pequeños y antes dispersos como La Estrella, Itagüí, Envigado, San Lorenzo, Belén, la Villa de la Candelaria, Robledo, Hatoviejo, entre otros.

Como aciertos, podríamos resaltar la voluntad de conciliación y la toma de acuerdos comunes entre poblados para los asuntos de frontera urbana, voluntad que no garantizó el control, pero facilitó cierto modelo de desarrollo y encuentro. Como desaciertos hay muchos: la visión a corto plazo que obnubiló el crecimiento exponencial, la estrechez de la malla vial que se volvió insuficiente con el tiempo, las altas densidades de edificabilidad que permitieron numerosas viviendas por hectárea en laderas, distantes al eje de transporte multimodal del río. ¿Tomamos nota para no replicar?

Volvamos al Oriente. Si nos miramos desde el alto Capiro o sencillamente desde el mapa, los municipios de Marinilla y Rionegro, no cabe duda: serán los primeros en integrarse territorialmente y aunque pueda sonar fatalista, al corto plazo llegarán a su encuentro, bordeando los ejes viales, El Carmen de Viboral, La Ceja del Tambo y tiempo después, El Retiro por Llanogrande. Esto dará como resultado una nueva conurbación. ¿Estamos preparados? ¿Ya se tienen en discusión estos asuntos de frontera?

Sigamos en el altiplano; observemos el eje vial entre La Ceja y Rionegro. Allí se está ejecutando una doble calzada que avizoro desde ya, quedará corta en los próximos 10 años (“peor es nada”, opinará alguno)… eso es cierto, pero… ¿Se les parece este eje vial a lo que fue la avenida El Poblado entre Envigado y Medellín, décadas atrás? Aunque hay diferencias, se trata de la misma esencia: es un eje que se quedó estrecho en movilidad y hasta hoy se lamenta.

Los asuntos de frontera intermunicipal en el Oriente llaman a la planeación urgente y concertación entre autoridades locales. ¿Hasta dónde vamos a parcelar nuestro campo verde? ¿Quién dará el primer paso en la estructuración de un medio de transporte público con energías limpias? Estas son algunas de las preguntas que debemos hacernos ya que solo este tipo de cuestionamientos y con metodología arrojarán ideas y resultados.

Soy Cristian Castro López, arquitecto, esposo y padre. Agradezco estar aquí en este espacio, por primera vez, configurado para la tertulia amable, el estímulo de la conversación tan necesaria, el encuentro de ideas impensables, la reflexión, las preguntas que siembran certezas, la belleza de lo nuestro y el cuidado de las palabras.  ¡Nos leeremos de nuevo!

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