Ser persona es asumir la realización personal como la tarea determinante de todo día. Es un proceso que abarca tanto el conocimiento de las aptitudes específicas de cada uno como las oportunidades sociales y culturales que cooperen en el respectivo camino de crecimiento.
Si se vive en la ignorancia y en la oscuridad sobre sí mismo, no se es hombre en plenitud. El proyecto personal se frena. Quizá se diluya bajo la sombra de la frustración. Triste realidad.
¿Cómo medir aquella realidad? Con ojo avizor la persona atenderá estos aspectos profundos de su yo: la vida que llevo, ¿tiene sentido?; las manifestaciones de mi libertad, ¿son auténticas?; mi autodeterminación ante las realidades que me rodean, ¿provienen de mis convicciones?; frente a las circunstancias de la sociedad ¿voy labrando mi propia historia?; el dinamismo del amor, ¿encuentra su cauce adecuado?; al relacionarme con la cultura, ¿asumo de ella lo que me personaliza y a su vez la impregno con las raíces que me humanizan?
El veredicto positivo a estos interrogantes autoriza la expresión familiar “valió la pena venir a este mundo”.
En el amago de respuesta a estas cuestiones el entorno del hombre actúa como protagonista. Ofrece un doble cariz: favorece la evolución de las opciones humanas o las desconoce.
Cuando la persona y su historia se enfocan por la primera directriz, asumen el cuidado de lo más digno que en ellas existe: las semillas de humanidad radicadas en las matrices de la vitalidad personal. Las hace suyas. Las dota de fecundos cordones umbilicales. Las disfruta en su germinación. En ese amanecer: la sociedad se gloría ante el humanismo gestado.
Los términos contrarios causan estupor: días y jornadas de masacres, de torturas, de violencias y de genocidios, de indiferencia ante lo humano, de rostros amargos. Hechos sociales donde las personas son o presas de caza de ambiciones o meros instrumentos en los multifacéticos intercambios de fuerzas políticas, étnicas, religiosas y comerciales. Intereses éstos que priman sobre el valor humano. Instancias en las cuales el tiempo y el espacio atestiguan que las personas son antes maquinadas que respetadas, antes eliminadas que promovidas.
Épocas y situaciones que, al sacrificar la semilla de lo humano se autoengañan. Extirpan ellas mismas las fuentes de su progreso, de su ingenio y de su creatividad; elementos que estaban situados en los recursos que ahora se eliminan, poseídos por los hombres. Increíble y absurda contradicción involucrada en esa dolorosa aniquilación.
Son los eventos signados por la clásica expresión: lesa humanidad, humanidad herida. La invasión de aquellos criterios e intereses es la mancha a lo que envuelve a todo hombre: la humanidad. Es la humanidad destruyendo la humanidad. ¡Vaya fratricidio!
Nace allí el hombre con la sospecha de su devenir. Vive con la zozobra de su día a día. Puede morir con la sensación de su frustración. Eventos históricos lo atestiguan.
No menos doloroso es el drama de pueblos y de comunidades que conviven con lo que tristemente se apellidaría formas mínimas de ser persona. Las condiciones de analfabetismo, de empobrecimiento en el conocimiento, de ignorancia y poca valoración sobre sí mismo, de acciones cargadas de machismos, de subyugaciones económicas, de dependencia cultural, de maltrato racial o sexual, de libertades cercenadas, de abuso en menores…, así lo verifican. Expresiones que hacen explícito un doloroso indicador social: la pobreza humana.
Pobreza humana: conjunto de seres poseedores de una mínima conciencia de lo que son. Les circundan unas condiciones que no se las propician.
Pobreza humana: situaciones sociales que no generan en los humanos el sentido de la opinión y del criterio, el de la formación de propios conceptos, el del autorreconocimiento, el de la autonomía para decidir. Auspicia la silenciosa y dolorosa sumisión. Bulle allí la frustración existencial.
Pobreza humana: es una sociedad auspiciando y tolerando la lacra vergonzosa de la sin-razón del no-hombre
Ojalá los esfuerzos sociales encaminados a dignificar lo humano, donde quiera que sucedan, les permitan emitir, a quienes padecen aquel tipo de pobreza, un nuevo veredicto en sus vidas: valió la pena venir a este mundo.