Una vez implementada la política del asistencialismo, es muy difícil desmontarla, porque crea una cultura de dependencia del Estado y quienes la impulsan se apalancan en ella.
Desde hace 70 años Argentina no sale del embrollo: va y viene del peronismo, va y viene de la crisis económica. Un país que a principios del siglo XX se contaba entre los diez con mayor ingreso per cápita del mundo.
Los peronistas son incorregibles, decía Borges. Su partida de nacimiento fue una alianza (que aún perdura), en la década de 1940, entre Perón y organizaciones sindicales. (Lo correcto sería decir que pactaron una relación simbiótica, porque desde entonces cada uno de ellos se alimenta del otro). ¿Y cuál fue el acuerdo ? Hacer del asistencialismo la columna vertebral del régimen.
El problema es que una vez implementada esa política, aunque las circunstancias lo obliguen es muy difícil desmontarla. De un lado porque crea una cultura de dependencia del Estado y, de otro, porque quienes la impulsan se apalancan política y económicamente en ella (es decir, porque ahí se mueven a sus anchas el clientelismo y la corrupción).
Por eso Argentina no logra corregir el rumbo: revertir subsidios es casi imposible. Subsidios, déficit fiscal, inflación, endeudamiento, es la secuencia que se repite. Y por la vía de la inflación se agudiza el empobrecimiento que se pretende atacar.
Argentina en 2001 decretó la mayor cesación de pagos de la historia. Y el año pasado el FMI tuvo que tirarle un nuevo salvavidas de 57.000 millones de dólares para evitar otra cesación de pagos (y no les va a alcanzar). El impacto social ha sido más que severo.
Venezuela por su parte hace dos décadas inició su revolución bolivariana, cuyo eje central también fue la entrega de subsidios (no importa si el petróleo está a 100 o a 50), amarrados estos a la lealtad al régimen. Los resultados los tenemos a la vista en las ciudades de Colombia.
La equidad social es un fin, pero también es un medio para impulsar el desarrollo económico: equidad y crecimiento no se excluyen, por el contrario. Aunque lo que sí está claro es que el modelo peronista —chavista—(¿petrista?) no funciona, ni en términos de equidad, ni en términos de crecimiento. Son modelos construidos para ir a la caza de electores, no para construir un país.
Aunque bien estructurados y manejados, los subsidios pueden ser un instrumento —no el único— para la inclusión social, es indispensable acotarlos en términos de para qué (prioridades), a quiénes, cómo y cuánto. Pero ante todo, tener claridad sobre de dónde van a salir los recursos. Y si son sostenibles o no. De lo contrario se entraría en una espiral negativa de muy difícil retorno. Basta preguntarles a los argentinos, que llevan 70 años en esas. O a los venezolanos.