Por Saúl Álvarez Lara
Dejamos Jericó el domingo en la tarde con la sensación de haber estado en un lugar al que regresaríamos, seguramente, más pronto de lo que imaginamos. Habíamos llegado el viernes anterior para encontrarnos con Roberto Ojalvo, director del Museo de Antropología y Artes de Jericó Antioquia, Maaja. Queríamos conversar con él sobre el Museo, sus proyectos, exposiciones, conferencias, conciertos, en fin, queríamos saber más sobre Maaja y la acogida que tiene entre los habitantes de Jericó.
Nos encontramos con Roberto en La Terraza, una suerte de balcón que ocupa el costado oriental de la plaza principal donde, puerta con puerta, hay cafeterías, bares, restaurantes y discotecas. Es el lugar donde los jericoanos se sientan a conversar o se dan cita, como hicimos con él para nuestro primer encuentro.
Roberto Ojalvo, buen conversador, lleva la crónica a flor de labios. Nació en Jericó. Dejó el pueblo a los nueve años y regresó a los cincuenta y nueve, después de estudiar Derecho, ser profesor y hacer carrera en la administración de la Universidad de Antioquia. Cuando se jubiló había sido Director del Museo de la Universidad durante dieciocho años. Entonces regresó a Jericó para trabajar en algo que le había ocupado buena parte de su vida, los museos. En Jericó hay cinco: el Museo de Arte Religioso, La Casa de la Madre Laura, El Centro de Historia y los Museos de Arqueología y Artes en la misma sede. También hay dieciséis iglesias, un seminario, un convento de clausura y tres instituciones educativas. Roberto inició su trabajo con el proyecto de unir el Museo de Arte Religioso y el Museo de Arqueología del Suroeste. El proyecto arrancó con buenos augurios pero tuvo inconvenientes y el Museo de Arqueología debió trasladarse a La Complementaria, una casa construida 1906 a una cuadra de la plaza principal, donde tomó forma la idea de unirlo con el Museo de Artes, con el apoyo de instituciones públicas y privadas.
La mañana siguiente, sábado, amaneció fría y lluviosa. Fuimos al Museo para conocerlo y escuchar de viva voz su historia. Roberto nos recibió en su oficina pero antes recorrimos el lugar. Más allá de los pasillos, al otro lado de las puertas, en la mezcla de arquitectura original y requerimientos de museo, tuvimos la sensación de encontrarnos en uno de verdad. El diseño y situación de las salas, la mecánica de exposición, la iluminación natural, la circulación entre salas, son consideraciones técnicas de primer orden para un museo en cualquier parte del mundo y en Maaja se cumplen.
Cuando le preguntamos por la acogida al Museo entre la comunidad nos respondió con una anécdota: “En 2010, cuando la casa estaba aún en remodelación, hicimos las jornadas de homenaje a Miguel Hernández el poeta español por el centenario de su nacimiento. Anunciamos el evento por el megáfono de la Alcaldía, el medio de comunicación por excelencia de Jericó. Para nuestra sorpresa, la única sala disponible en ese momento se llenó de público. Era la prueba de fuego, el Museo no estaba aún en funcionamiento, los trabajos de remodelación iban bien pero como el proyecto incluía aprovechar la pendiente en la que se encuentra Jericó para bajar el patio un piso y crear un subsuelo con espacios de exposición, conferencias, cine, centro de documentación y almacenamiento de obras, lo que se hizo fue ‘subir’ la casa y sostenerla en pilotes mientras Dora Luz Echeverría, la arquitecta que dirigió la remodelación, y su equipo trabajaban”. En ese contexto, en medio de andamios, poleas y vigas sostenedoras se programó el homenaje al poeta y fue un éxito. Había tanta gente, recuerda Roberto, que la casa sostenida en pilotes temblaba, de emoción quizá.
Jericó no solo es tierra de café, de cardamomo, de piedras talladas, de marroquineros que hacen a mano carrieles de ciento cuarenta y cuatro piezas y doce bolsillos, cuatro de ellos secretos; es tierra de artistas como Manuel Mejía Vallejo y Luis Fernando Peláez; y de gente inquieta, lectora, aficionada a las artes y a cultivar el espíritu. En un lugar así una institución como Maaja florece porque la gente participa, los artistas de la región encuentran espacios de expresión, los jóvenes se acercan al mundo de las artes, estudian e incluso aprenden a ser guías y a valorar exposiciones importantes como las que se han presentado hasta ahora.
A Jericó se llega por la vía a Bolombolo. Después del puente sobre el Cauca se gira a la izquierda por la vía que bordea el río hasta Piedralisa. Allí faltan aún veinticuatro kilómetros. De ese punto en adelante, en cada cruce, la señalización indica la dirección y las pancartas que anuncian el Jardín Botánico, El Cable Aéreo, el Morro de El Salvador, marcan la distancia para llegar a Jericó. Es fácil, seguramente, regresaremos más pronto de lo que imaginamos.