Una muestra de afecto
La marcha del pasado martes fue, sobre todo, una manifestación de solidaridad con las familias de los secuestrados
El número de caminantes no fue tan elevado como el de otras marchas, pero como esto no se trata de un problema de asistencia, ese no debería ser el patrón de medida sobre el éxito o no de la jornada. Esta, y todas las otras marchas, multitudinarias o no, son la expresión de un sentimiento cada vez más extendido entre la ciudadanía, de fastidio con la guerra y la violencia, de querer seguir adelante, sin dejar a nadie en el camino, mucho menos a las víctimas del secuestro y a sus familias.
Al otro día de la marcha, en el periódico español El País convocaron a un foro de expertos para que opinaran sobre el fin del conflicto en Colombia y las posibilidades de que el Presidente Santos logre derrotar definitivamente a la guerrilla. Allí la periodista Cristina Manzano escribió: “Colombia ha entrado desde hace años en un proceso de normalización, que llega cuando la sociedad da la espalda a la violencia y sólo quiere que la dejen prosperar en paz. El mejor ejemplo es Medellín”.
Más claro no se puede decir. Eso es lo que queremos, eso es lo que significa la marcha. Por eso su éxito se mide no por el número de asistentes, sino porque la marcha se produzca, y porque marchar como lo hicieron miles de personas el pasado 6 de diciembre es una muestra de afecto con las personas que han vivido la parte más dura de la guerra, es una manera de decirles que lo que les ha pasado a ellas nos ha pasado a todos, y que a pesar de que queremos dejar todo esto atrás y seguir adelante, no lo haremos sin ellos.