Una Leila de regalo
La periodista argentina, autora de libros como Frutos extraños y Los suicidas del fin del mundo, habló en Medellín sobre su oficio
Febrero es bueno para la autoestima de los periodistas. Nos llenan de regalos, valoran lo que hacemos, aprecian nuestro trabajo. Este año también recibimos un regalo intangible que nos hizo sentir que tenemos el mejor de los oficios. En el auditorio de Comfama, nos regalaron a Leila Guerriero, una de las cronistas latinoamericanas más destacadas del momento. Leila habló de la vida cotidiana donde nacen sus historias. Como los ciegos que fueron a conocer un elefante, allí estuvimos los periodistas de Vivir en El Poblado.
Buscando el instante mágico
No pasa desapercibida. Su figura delgada, su melena crespa, la espontaneidad de su saludo y de sus gestos, entre infantiles y maduros, le confieren un aire de mujer interesante. Es inspirador oírla hablar. Nos muestra el transcurrir de una mañana, cuenta cómo se asoma a la cocina o a la ventana, cómo se desplaza hacia un estante de libros, cómo parece perder el tiempo, la mañana entera, hasta que al fin logra escribir el primer renglón. Porque resulta que no estaba perdiendo el tiempo, sino que estaba esperando, mientras rumiaba el tema, aquel instante mágico, cuando algo hace click y surge esa primera frase tras la cual el resto del artículo se escribe de corrido y el fantasma de la página en blanco se queda sin trabajo. Con la dureza del que se sabe sensible y vulnerable, pero no lo reconoce, dice que odia la sensiblería. Entiende que su papel consiste en estar allí, no para llorar con las víctimas ni para celebrar con los ganadores. Es la soledad del periodista frente a su trabajo.
Luz María Montoya Hoyos
Frescura inesperada
Una flaca fresca, de melena fresca, sonrisa fresca, lee un texto fresco que baña los deseos de escribir de un auditorio lleno. Brinda claves, consejos. Parece que no pensara, solo transcribe imágenes, sonidos, olores. Camina como un fotógrafo que no quiere perturbar, que graba imágenes ricas en detalles. El auditorio ríe con su inteligente humor. Dice que en el momento más inesperado aparece la clave. Tiene de los niños la rigurosa observación que luego riega en palabras con fresca inteligencia.
Róbinson Henao
La voz que sabe
Leila repite una frase, “su voz sabía más que ella misma”. La sencillez es evidente. La forma de vestir simple, el pelo sin peinar, las pocas joyas y un maquillaje mínimo dejan ver a una mujer que se interesa en sus textos por encima de la apariencia. Su humildad carismática le permite confesarse con el público, dejar ver sus temores y crear empatía con quienes la oyen. Su voz sabe bien lo que dice y le da un carácter decidido. Sus dudas la hacen sensible y humana.
María Camila Vásquez J.
La inspiración trivial
Su esposo es un conejillo de indias. Si sus textos generan en él las emociones que ella busca, va por buen camino. Leila vive para narrar, y narra para vivir. De humor filoso y mente perspicaz, dice que nunca se sabe a ciencia cierta qué va a disparar la inspiración. Por eso defiende la importancia de actos que podrían parecer insignificantes. No pocas veces, de ellos parten las ideas para grandes crónicas. Para ella la clave está en hallar esa mágica frase inicial.
Juan Sebastián Mora Eusse
Historias contagiosas
Leila dice que no hay un estilo ideal ni una forma determinada para desarrollar un texto, pero que siempre es necesario preguntarse: “¿Qué historia voy a contar? ¿Cómo la voy a contar?” A partir de ahí todo es claro. Dice que “hay que dejarse infectar por la calle y lo cotidiano, para luego infectar a otros”. La observación asegura detalles que pueden ser el eje de la historia. La oportunidad de escuchar a Leila permite hacer un alto en el camino para pensar cómo lo hacemos. Queda claro que el periodista debe nutrirse de todo lo que lo rodea. Se trata de dejarse infectar.
Juan Camilo Montoya Echavarría