/ Carolina Zuleta
Recientemente, un amigo y yo presentamos un taller sobre el manejo del estrés en un centro para jóvenes que viven en la calle. En una parte del taller, les preguntamos a los asistentes qué hacían para liberar el estrés. Las respuestas fueron impactantes: droga, sexo, peleas… pero la que más me impactó fue la de un joven que levantó la mano para decir que liberaba el estrés causándole daño a otros, haciendo que otros sintieran dolor. Al oír esto quise retarlo un poco, pues a mí me parecía imposible que eso fuera cien por ciento cierto. Le pregunté que si hacerle daños a otros le estaba funcionando en su vida y con una mirada fija me contestó que sí.
Terminamos el taller y algo dentro de mí me dijo que debía hablar con él. Empezamos a conversar y durante la primera media hora él seguía contándome cómo le causaba dolor a aquellos que se acercaban, pero poco a poco pude entrar en su corazón. En la conversación de una hora y media, pude aprender que él había sido maltratado y torturado por sus padres y abuela, entendí que había aprendido desde niño que el amor dolía. Su idea de causarle dolor a otros, era solo para protegerse; en su mente, si él hería a otros entonces ellos no lo podían herir a él. Sin embargo, su historia era incoherente con lo que yo veía en sus ojos: un ser humano que quería amor, mucho amor. Y así se lo dije. Después de repetirle esto muchas veces, él lo pudo reconocer y me dijo: “Sí, yo quiero amor, pero no quiero dolor”. Dijimos que no hay garantías en el amor, que amar implica correr el riesgo de sentir dolor, pero que ese riesgo valía la pena. Poco a poco se le fue dibujando una sonrisa en la cara, su mirada se hizo menos intensa y vi en él a un ser espectacular. Mi mamá siempre me ha dicho que los abrazos sanan, así que al final le di un abrazo fuertísimo y el me abrazó también. Lo miré otra vez a sus ojos y ya no se parecía al joven que había estado presente durante el taller.
Es probable que no lo vuelva a ver y la verdad es que no sé qué va a pasar con su vida… espero que pueda llevarse el mensaje y romper la caparazón para que otros lo amen y él pueda amar. Pero lo que sí sé es que me dejó una enseñanza que nunca olvidaré, la puedo resumir en esta frase de Tony Robbins:
“Todos los actos de los seres humanos son, o una expresión de amor, o un grito de ayuda”.
A veces somos muy rápidos en juzgar, en decidir si una persona es buena o mala. Hoy te quiero invitar a que consideres que lo que una persona hace es diferente a lo que una persona es. Muchas veces nuestros actos dicen que queremos dolor, cuando lo que realmente queremos es amor. Te invito a que busques esa onza de amor en el corazón de cada persona… empezando por ti.
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