Un silletero cargado de tecnología

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Los silleteros de Santa Elena cuidan muy bien su legado. Con 30 años, Jonathan Londoño Serna hace parte de la tercera generación de cargueros. Heredó la tradición de su padre, quien a su vez la recibió de su progenitor, precursor de un oficio que se volvió cultura.

“Ser silletero es un anhelo de muchos, pero un privilegio de pocos. Como pionero, mi abuelo recibió el contrato #129 que luego pasó a mí padre y ahora tengo yo. Voy a ajustar 13 participaciones como adulto y desfilo desde los siete años”,

describe.

A diferencia de sus ancestros, Jonathan no deriva el sustento de actividades agropecuarias o cultivos de flores. No obstante, a la hora de preparar sus diseños, este analista del mercado financiero, consultor empresarial y emprendedor tiene claro cuáles son sus ramilletes preferidos.

“Me encantan los girasoles. Son flores que por su colores y formas resaltan mucho los arreglos: es una flor alegre”,

dice.

Hace parte de una de las familias más representativas del desfile: los Londoño Londoño, de la vereda Barro Blanco, en Santa Elena: ganadores absolutos y múltiples finalistas.

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En su categoría, silleta emblemática, él también se ha destacado, pero le falta algo. Este año, con la incorporación de recursos tecnológicos, le apunta al primer puesto.

“Los silleteros de ahora nos basamos mucho en IA y nuevas tecnologías para preparar los arreglos. Por ejemplo, en mis dos últimas silletas incorporé códigos QR y realidad aumentada”,

explica.

Sin dejar atrás sus arraigos, él y demás silleteros de su generación llevan con orgullo este oficio heredado; sin embargo, la nueva camada de cargueros también porta en sus espaldas otro privilegio: muchos son profesionales universitarios.

“Entre nosotros hay médicos, odontólogos, zootecnistas, veterinarios, arquitectos, biólogos, comunicadores, negociadores, abogados. Mi hermana, que desfila en la categoría tradicional, es ingeniera química y ambiental. Preservamos la cultura silletera y somos conscientes de que nos tenemos que preparar”,

destaca.

Desde Santa Elena, donde vive con su esposa Erika y su hija Gabriela, de cinco años, Jonathan viaja por el mundo en calidad de coach y docente; otras veces, como silletero.

Sueña que su hija y un bebé que viene en camino sigan con esta tradición que se forjó hace casi 70 años cuando campesinos bajaron desde la montaña para tapizar, con flores, las calles de Medellín.

“El alma de un silletero está revestida de mucha pasión; pasión por las raíces, la cultura y la tradición de nuestros ancestros”.

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