Buenas tardes, Lucas.
Entiendo que usted, con toda la buena intención de querer dignificar una forma de alimentación campesina, habla en su artículo sobre la resiliencia de una familia desplazada y, sin embargo, toda la reflexión termina alrededor de un sancocho hecho a partir del sacrificio de un animal que, con toda seguridad, no quería morir; con toda seguridad esa gallina tenía igual derecho a vivir, como pueden tenerlo las personas de las que usted habla en su texto.
Por: Saia Vergara Jaime
Y resulta extraño que en el artículo destaque que a ese pedacito de tierra han vuelto jaguares, peces, monos, abejas y, sin embargo, la vida de una gallina a la que se descuartiza y se “muele”, se deduce por su escrito, vale menos -o no vale nada-. Este tipo de reflexiones inconscientes que casi todos tenemos está reconocido científicamente como un prejuicio llamado “especismo”, bautizado por el psicólogo británico, Richard Ryder, hace mucho, por allá en 1981. El especismo tiene la misma raíz del sexismo, el racismo y el clasismo porque se basa en el principio de superioridad, en ese caso, de una especie sobre el resto.
Con el máximo respeto a su profesión y a su buen corazón -porque se nota que lo tiene a través de lo que escribe-, le sugeriría que cuando hable del sacrificio de otro ser no lo describa como si hablara de un objeto insensible. La Declaración de Cambridge (2012), emitida por cientos de científicos de diversas especialidades, certificó que más de 100 especies de animales, incluyendo aves e insectos no solo tienen neurotransmisores iguales a los nuestros que les hacen experimentar dolor y placer; también está comprobado científicamente que tienen conciencia.
Esto es algo que nuestra cultura especista se niega a reconocer, entre otras, porque miles de negocios generan dinero, por supuesto, gracias a que el especismo es legal. Pero legal también fue la esclavitud, el apartheid hasta que la sociedad se dio cuenta de que estos sistemas eran éticamente cuestionables (por decirlo suavemente).
Cuando matamos y descuartizamos a un ser sintiente que, además y naturalmente lucha para no morir y tiene que hacerlo solo para provecho de nuestro paladar, a pesar de que existen tantas formas alternativas de alimentarnos sin causar dolor a otros seres, estamos reafirmando ese prejuicio que casi todos llevamos dentro. Lo invito a que reflexione al respecto. ¿Usted haría un sancocho con su mascota y permitirían que la molieran?
Espero que comprenda que le escribo esto con un ánimo constructivo.
Un cordial saludo.
Nota de la Redacción: esta carta fue enviada por la lectora Saia Vergara Jaime a Lucas Posada, columnista de Vivir en El Poblado, con ocasión de su texto Hinchido de gallina, el sabor de la resiliencia.