Empezamos un nuevo año y con él se viene el pago de las culebras que dejó diciembre, buscar los recursos para comprar los útiles escolares y demás compromisos que cada hogar asume para su supervivencia diaria.
Es así como cerca de 6.223.080 hogares colombianos, según datos del DANE, también empezaron a recibir el tan anunciado aumento del salario mínimo, que, por decreto 1785 del 29 de diciembre de 2020, se fijó en $908.526 pesos mensuales, lo que representa un aumento del 3.5 % comparado con el año anterior.
Es decir, en plata contante y sonante, cada trabajador recibirá $30.723 pesos más cada mes, o para ser más ilustrativo, $1.024 por día. Sí. Leyó bien. Mil pesos diarios de más para cada día de 2021.
Con el incremento del salario mínimo, que debemos aclarar solo aplica para los trabajadores formales, también recibirán $106.454 pesos mensuales, como subsidio de transporte, es decir, sumado a la cifra anterior alcanza a $1.014.980 pesos.
Mientras los arriendos, los alimentos, el transporte, los útiles escolares, solo por mencionar algunos de los gastos fijos, igualmente aumentarán el 3.5 %, en el mejor de los panoramas.
Uno podría decir que en 6.223.080 hogares colombianos que reciben un salario mínimo se produce cada día un milagro para lograr subsistir. Pero el tema va más allá, y nos ubica en un escenario del que siempre he hablado. La desigualdad y la brecha profunda que existe en nuestra sociedad, y que evidencia altos niveles de inequidad y falta de oportunidades para alcanzar el desarrollo integral individual y colectivo de nuestra sociedad. Colombia ocupa el séptimo lugar entre 12 países de América Latina, con respecto al salario mínimo asignado.
Y mientras algunos expertos aseguran que el mínimo en el país debió ser reducido debido a la baja productividad del año anterior, por causa de la pandemia, otros advierten que el aumento fue miserable, y que, por supuesto, no permitirá generar consumo y, por ende, reactivar la economía, que es una de las metas prevista para este año. Como siempre, no se llega a un acuerdo, mientras tanto son los trabajadores quienes con muchas maniobras logran hacerlo rendir.
Y en este sentido es importante identificar que sin capacidad de consumo tampoco es posible generar nuevos empleos. Además, está demostrado que menos costos laborales tampoco generan otros puestos de trabajo.
Un estudio realizado por el equipo de investigaciones económicas del BBVA asegura que las personas destinan un 33,2 % para vivienda, 15,1 % para alimentación y 12,7 % para el transporte. Trasladando estos porcentajes en dinero, significan cerca de 620 mil pesos mensuales. Aquí no incluyo ni deudas, ni salud, ni educación, ni recreación, ni vestuario. Para lo que solo quedan menos de 400 mil pesos al mes.
¿Puede una familia de cuatro personas satisfacer las necesidades básicas con esos recursos cada mes? ¿Qué clase de vivienda es aquella que se pueda arrendar por un poco más de 336.000 pesos? ¿Qué come una familia con 153.000 pesos?
Tal vez estas son las preguntas que nos hacemos cada que inicia un nuevo año. Y esto nos reconfirma que un salario mínimo es tan mínimo, que alcanza a ser miserable y ofensivo para las familias más pobres.
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En estos tiempos de pandemia, ya lo hemos dicho, advertido y reflexionado. Se pudo reconfirmar, de manera dramática, que, además de la pobreza, la falta de oportunidades para las poblaciones más desfavorecidas las pone en alto riesgo de vulnerabilidad constante.
Es por ello que se requieren mayores oportunidades para hacer posible que las personas puedan romper el círculo de la pobreza y ofrecerle a los niños, niñas y adolescentes un panorama más optimista del futuro. Depende de oportunidades y programas disruptivos que pueda ofrecer el Estado y una verdadera voluntad política para superar los niveles de inequidad que padece la ciudad y el país en general. Se requiere de innovación, unidad en los propósitos para la recomposición de las finanzas del país, y de los hogares, que, por supuesto, se han visto golpeadas por cuenta del COVID-19.
El salario mínimo no resolverá las desigualdades que vivimos, mientras el 1 % de la población concentre toda la riqueza, y en casos como el Congreso de la República, el aumento para los congresistas supere el decretado por el gobierno.
Es por ello que se necesitan establecer programas de gran impacto para cerrar las brechas de pobreza, violencia, enfermedad, muerte, y así construir una sociedad que pueda mirar al futuro con optimismo y esperanza.
Por: Luis Bernardo Vélez Montoya
Concejal de Medellín